Cuando vino al mundo Carmen Sallés y Barangueras, en abril de 1848, nadie lo tomó en cuenta. Era el año del Manifiesto comunista. Un acontecimiento social y político de primera magnitud. Incluso en su ciudad natal, Vic, pasó inadvertido. Allí toda la atención se la llevó La muerte de Jaime Balmes, filósofo y escritor de gran relieve.
La vida de Carmen Sallés no iba a ser fácil. Desde niña apuntaba hacia caminos particulares y difíciles, rompiendo los designios de sus padres que la encarrilaban al matrimonio. Ella abrigaba un propósito personal que fue tomando cuerpo en sus años jóvenes. Sentía por dentro una inclinación religiosa. Con el tiempo supo que aquello era el germen imparable de una vocación de entrega a los caminos de Dios y del prójimo.
Caminos claros e inciertos a la vez. ¿Por dónde tirar? Entró primero en las Adoratrices. Contenta pero no satisfecha, pasó a las Dominicas. Le tiraba el camino de la educación. Lo llevaba hincado en el alma. ¿Cuál iba a ser su lugar en la Iglesia? Junto con su tendencia a la educación humana y religiosa, su vocación se decantaba hacia la dignificación de la mujer. Soñaba con hacer algo que favoreciera la feminidad. Algo que sumara cultura y religiosidad; que educara, que formara, adelantándose a otros influjos. Incluso algo que preservara. Educar consiste en anticiparse, era el estribillo que le rondaba por la cabeza. Y pensaba siempre en la Inmaculada, preservada y preparada por Dios para una gran misión. Tan sublime y tan femenina a la vez. Lo suyo, lo de Carmen Sallés, apuntaba a un feminismo sin aspavientos. Era, en realidad, un feminismo a lo divino.
Con la plenitud de la edad le alcanzó a Carmen la plenitud de su decisión. Tenía un ideal claro y algunas compañeras -Emilia, Remedios, Candelaria- con quienes ponerse a la tarea. Abriría con ellas un nuevo camino en la Iglesia. Al servicio de Dios y con especial dedicación a la promoción integral de la mujer. Pero ¿hacia dónde dirigir sus pasos? Inició una dura peregrinación. Consultas y tanteos. Ilusiones y sinsabores. Un buen día, descartadas otras bazas, dijo a sus compañeras con clara decisión: Será en Burgos. Allí Dios proveerá.
Queriéndolo o sin quererlo, Carmen Sallés se había metido por los caminos de Teresa de Jesús. En Burgos, en 1582, había dejado Teresa su última fundación. Cómo el Señor guió hacia allí sus pasos y cómo sostuvo a la fundadora, lo cuenta la madre Teresa en el capítulo 31 de Las fundaciones. No era mal augurio empezar justo donde Teresa terminó. De momento, en octubre de 1892 Carmen Sallés y las suyas estaban arrodilladas ante el Cristo de Burgos. Era lo primero que se le había ocurrido también a Teresa de Jesús.
Con el respaldo del arzobispo Manuel Gómez Salazar nacería enseguida la Congregación de Religiosas Concepcionistas Misioneras de la Enseñanza. Fecha, el 15 de octubre de 1892, fiesta litúrgica de santa Teresa. No podía ser de otra manera. La aprobación oficial del arzobispo llegaría poco después. El día de la Inmaculada Concepción. Cuando las primeras Concepcionistas, con su hábito blanco y azul, salieron de casa para ir a la catedral, en Burgos había nevado copiosamente. ¡Qué amasijo de curiosas y providenciales coincidencias! ¡Todo quedaba entre Teresa de Jesús y la Inmaculada Concepción!
Desde Burgos inició Carmen Sallés los caminos de sus muchas fundaciones. Orientándolas a la educación pero coincidentes en muchos perfiles -posadas y carretas incluidas- con los viejos caminos fundacionales de Teresa. Carmen iba abriendo noviciados y escuelas o colegios. Segovia, El Escorial, Madrid, varios lugares de la Mancha, de Cáceres, de Navarra. Cuando le llegó la hora, el 25 de julio de 1911, su congregación de Concepcionistas estaba consolidada y presente en buena parte de la geografía española. Luego vendría la expansión por el ancho mundo. Siempre en pie de servicio alegre y comprometido. Brasil, Japón, Venezuela, Estados Unidos, Italia, República Democrática del Congo, República Dominicana, Guinea Ecuatorial, Corea, Filipinas y México testimonian hoy que los caminos de Carmen Sallés -caminos de santidad personal orientados a Dios y de servicio al prójimo en el campo de la educación- eran de alcance universal.
Su beatificación en 1998 por Juan Pablo II y canonización por Benedicto XVI en 2012 certifican la ejemplaridad de su vida y de sus virtudes. Su santidad probada y atractiva. La validez eclesial de su testimonio y de su herencia. ¡Quién iba a decirlo en Vic aquel 9 de abril de 1848!
Artículo de Joaquín L. Ortega