En la época de Childerico II, había en Alsacia un señor feudal franco, llamado Adalrico, casado con Bereswinda. A fines del siglo VII, tuvieron una hijita ciega, que nació en Obernheim, en los Vosgos. Adalrico, que tomó esa desgracia como una ofensa personal y una injuria al honor de su familia, en la que nunca había sucedido nada semejante, se dejó arrastrar por una cólera que no entendía razones. En vano trató su esposa de explicarle que era la voluntad de Dios, quien sin duda quería manifestar su poder en la niña. Adalrico no le prestó oídos, e insistió en que había que matar a la cieguita. Finalmente, Bereswinda consiguió disuadirle de ese crimen, pero para ello tuvo que prometerle que enviaría a su hija a otra parte sin decir a qué familia pertenecía. Bereswinda cumplió la primera parte de su promesa, pero no la segunda, ya que confió la niña al cuidado de una campesina que había estado antiguamente a su servicio y le dijo que era su hija. Como los vecinos de la campesina empezasen a hacerle preguntas embarazosas, Bereswinda la envió con toda su familia a Baumeles Dames, cerca de Besançon, donde había un convento en el que la niña podría educarse más tarde. Allí vivió hasta los doce años, sin haber sido bautizada, aunque no sabemos por qué razón. Por entonces, san Erhardo, obispo de Ratisbona, tuvo una visión en la que se le ordenó que fuese al convento de Baume, donde encontraría a una joven ciega de nacimiento; debía bautizarla y darle el nombre de Otilia, y con ello recobraría la vista. San Erhardo fue a consultar a san Hidulfo en Moyenmoutier y, juntos, se dirigieron a Baume, donde encontraron a la joven y la bautizaron con el nombre de Otilia. Despúes de ungirle la cabeza, san Erhardo le pasó el crisma por los ojos y, al punto, obtuvo la vista.
Otilia se quedó a servir a Dios en el convento. Pero el milagro del que había sido objeto y los progresos que comenzó a hacer en sus estudios, provocaron la envidia de algunas de las religiosas y éstas empezaron a hacerle la vida difícil. Santa Otilia escribió entonces a su hermano Hugo, del que había oído hablar, y le pidió que la ayudara como se lo dictase el corazón. Entre tanto, san Erhardo había comunicado a Adalrico la noticia de la curación de su hija. Pero aquel padre desnaturalizado se encolerizó más que nunca y prohibió a Hugo que fuese a ayudarla y que revelase su identidad. Hugo desobedeció y mandó traer a su hermana. Un día en que Hugo y Adalrico estaban en una colina de los alrededores, Otilia se presentó en una carreta, seguida por la muchedumbre. Cuando Adalrico se enteró de quien era y supo por qué había ido, descargó su pesado bastón sobre la cabeza de Hugo y lo mató de un golpe. Pero los remordimientos le cambiaron el corazón, de suerte que empezó a amar a su hija tanto cuanto la había odiado antes. Otilia se estableció en Obernheim, con algunas compañeras que se dedicaron como ella a los actos de piedad y a las obras de caridad entre los pobres. Al cabo de un tiempo, Adalrico determinó casar a su hija con un duque alemán. Otilia emprendió la fuga. Cuando los enviados de su padre estaban ya a punto de capturarla, se abrió una grieta en la roca, en Schossberg, cerca de Friburgo en Brisgovia y allí se escondió la santa. Para conseguir que volviese, Adalrico le prometió regalarle el castillo de Hohenburg. Otilia lo transformó en monasterio y fue la primera abadesa. Como las montañas eran muy escarpadas y hacían difícil el acceso a los peregrinos, santa Otilia fundó otro convento, llamado Niedermünster, en un sitio más bajo, y edificó una posada junto a él.
Se cuenta que la santa, poco después de la muerte de su padre, vio que sus oraciones y penitencias le habían sacado del purgatorio. San Juan Bautista se apareció a Otilia y le indicó el sitio y las dimensiones de una capilla que debía construirse en su honor. Se cuentan muchas otras visiones de la santa y se le atribuyen numerosos milagros. Después de gobernar el convento durante muchos años, santa Otilia murió el 13 de diciembre, alrededor del año 720.
He aquí en resumen la leyenda de Santa Otilia. Los datos son poco seguros, pero la devoción del pueblo cristiano a la santa es innegable. El santuario y la abadía de Santa Otilia fueron importantes centros de peregrinación en la Edad Media. Todos los emperadores, desde Carlomagno a Carlos IV, les concedieron privilegios. Entre los personajes ilustres que fueron en peregrinación a Hohenburg, se cuenta a san León IX, que era entonces obispo de Toul y también, según se dice, a Ricardo I de Inglaterra. Las gentes del pueblo realizaban asimismo grandes peregrinaciones. Desde antes del siglo XVI se veneraba a santa Otilia como patrona de Alsacia. Según la tradición, la santa hizo brotar una fuente para dar agua a las religiosas y a los peregrinos. Los enfermos de los ojos suelen lavarse en esa fuente, al mismo tiempo que invocan la intercesión de santa Otilia. La misma costumbre se practica en Odolienstein de Brisgovia, en el sitio en que la roca se abrió para ocultar a la santa. Al cabo de muchas vicisitudes, el santuario de Santa Otilia y las ruinas de su monasterio pasaron a poder de la diócesis de Estrasburgo. Desde mediados del siglo pasado, Odilienberg se ha convertirlo de nuevo en sitio de peregrinación. Las reliquias de la santa reposan en la capilla de San Juan Bautista, que es una construcción medieval y ocupa el sitio de la antigua capilla construida por Otilia en honor del santo. Actualmente, suele darse a dicha capilla el nombre de Santa Otilia.
W. Levison publicó el texto de una biografía de santa Otilia, que data del siglo X, en Monumenta Germaniae Historica, Scríptores Merov., vol. VI (1913), pp. 24-50; y cf. Analecta Bollandiana, vol. xrrt (1894), pp. 5-32 y 113-121. Según Levison, la biografía contiene muy pocos datos fidedignos. Santa Otilia sigue siendo una de las santas más populares, no sólo en Alsacia, sino también en Alemania y en toda Francia. Existe una literatura considerable sobre santa Otilia, como puede verse por las referencias de Potthast, Wegweiser, vol. II, p. 1498. Acerca de Santa Otilia en el arte, véase Künstle Ikonographie, vol. II, pp. 475-478, y C. Champion, Ste Odile (1931) . En la época de las batallas de Verdún, en la primera guerra mundial, se atribuyó a Santa Otilia una profecía apócrifa que hizo sonar mucho su nombre. Lo mismo sucedió, aunque en menor escala, en la segunda guerra mundial.
En la imagen: santas Lucía y Otilia. Vidriera en el Museo de Cluny, París. Nótese que Otilia sostiene un cáliz que tiene encima los dos ojos, que es el atributo habitual en la otra santa, mientras que Lucía sostiene un libro de oraciones, que sería un atributo normal en una religiosa como Otilia.