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Santa Teresa del Niño Jesús, virgen y doctora de la Iglesia

Teresita de Lisieux

El entusiasmo y la extensión del culto a santa Teresita del Niño Jesús, joven carmelita que no se distinguió exteriormente de tantas otras de sus hermanas, es uno de los fenómenos más impresionantes y significativos de la vida religiosa de nuestros días. La santa murió en 1897 y, poco después, era ya conocida en todo el mundo. Su «caminito» de sencillez y perfección en las cosas pequeñas y en los detalles de la vida diaria, se ha convertido en el ideal de innumerables cristianos. Su biografía, escrita por orden de sus superiores, es un libro famoso y los milagros y gracias que se atribuyen a su intercesión son incontables. La comparación entre las dos Teresas es inevitable, ya que ambas fueron carmelitas, ambas fueron santas y ambas nos dejaron una larga autobiografía en la que se reflejan tanto las divergencias espirituales y temperamentales como los rasgos comunes.

Los padres de la futura santa eran Luis Martin, un relojero de Alençon, hijo de un oficial del ejército de Napoleón y Celia María Guerin, costurera de la misma ciudad, cuyo padre había sido gendarme en Saint-Denis, los dos beatificados por SS Benedicto XVI. María Francisca Teresa nació el 2 de enero de 1873. Tuvo una infancia feliz y ordinaria, llena de buenos ejemplos. «Mis recuerdos más antiguos son de sonrisas y caricias de ternura», confiesa ella misma. Teresita era viva e impresionable, pero no particularmente precoz ni devota. En cierta ocasión en que su hermana mayor, Leonía, ofreció una muñeca y algunos juguetes a Celina y Teresita, Celina escogió una peluca de seda; en cambio, Teresita dijo codiciosamente: «Yo quiero todo». «Ese incidente resume toda mi vida. Más tarde ... exclamaba: ¡Dios mío, yo lo quiero todo! ¡No quiero ser santa a medias!».

En 1877 murió la madre de Teresita. El señor Martin vendió entonces su relojería de Alençon y se fue a vivir a Lisieux (Calvados), donde sus hijas podían estar bajo el cuidado de su tía, la Sra. Guerin, que era una mujer excelente. El Sr. Martin tenía predilección por Teresita. Sin embargo, la que dirigía la casa era María, y la mayor, Paulina, se encargaba de la educación religiosa de sus hermanas. Paulina solía leer en voz alta a toda la familia en las largas veladas de invierno; para ello no escogía cualquier libro de piedad barata, sino nada menos que «El año Litúrgico» de Dom Guéranger. Cuando Teresita tenía nueve años, Paulina ingresó en el Carmelo de Lisieux. Desde entonces, Teresita se sintió inclinada a seguirla por ese camino. En aquella época era una niña afable y sensible; la religión ocupaba una parte muy importante en su vida. Un día ofreció un céntimo a un mendigo baldado, quien lo rehusó con una sonrisa. Teresita hubiera querido seguirle para instarle a que aceptara el pastelillo que su padre acababa de darle; la timidez le impidió hacerlo, pero la niña se dijo: «Voy a pedir por este pobrecito el día de mi primera comunión». Aunque ese día de «felicidad total» tardó cinco años en llegar, Teresita no olvidó su promesa. Se educaba por entonces en la escuela de las benedictinas de Notre-Dame-du-Pré. Entre sus recuerdos de escuela, anota: «Viendo que algunas niñas querían particularmente a una u otra de las profesoras, trataba yo de imitarlas, pero nunca conseguí ganarme el favor especial de ninguna. ¡Feliz fracaso, que me salvó de tantos peligros!» Cuando Teresita tenía cerca de catorce años, su hermana María fue a reunirse con Paulina en el Carmelo. La víspera de la Navidad de ese mismo año, Teresita tuvo la experiencia que desde entonces llamó su «conversión»: «Aquella bendita noche, el dulce Niño Jesús, quien tenía apenas una hora de nacido, inundó la oscuridad de mi alma con ríos de luz. Se hizo débil y pequeño por amor a mí para hacerme fuerte y valiente. Puso sus armas en mis manos para que avanzase yo de cima en cima y empezase, por decirlo así, 'a correr como gigante'». Es curioso notar que la ocasión de esta gracia súbita fue un comentario que hizo el padre de la joven acerca del cariño que ella profesaba a las tradiciones navideñas. Y el comentario del Sr. Martin no iba dirigido especialmente a Teresita.

En el curso del año siguiente, la joven comunicó a su padre su deseo de ingresar en el Carmelo y obtuvo su consentimiento; pero tanto las autoridades de la orden como el obispo de Bayeux opinaron que Teresita era todavía demasiado joven. Algunos meses más tarde, Teresita y su padre fueron a Roma con una peregrinación francesa, organizada con motivo del jubileo sacerdotal de León XIII. En la audiencia pública, cuando llegó el turno a Teresita para arrodillarse a recibir la bendición del Pontífice, la joven quabrantó osadamente la regla del silencio y dijo a Su Santidad: «En honor de vuestro jubileo, permitidme entrar en el Carmelo a los quince años». El Pontífice, evidentemente impresionado por el aspecto y los modales de la joven, apoyó sin embargo la decisión de las autoridades inmediatas: «Entraréis, si es la voluntad de Dios», le dijo, y la despidió con suma bondad. La bendición de León XIII y las ardientes oraciones que hizo Teresita en múltiples santuarios durante la peregrinación, produjeron fruto a su tiempo. A fines de aquel año, Mons. Hugonin concedió a Teresita la ansiada autorización, y la joven ingresó, el 9 de abril de 1888, en el Carmelo de Lisieux, en el que la habían precedido sus dos hermanas. La maestra de novicias afirmó, bajo juramento: «Desde su entrada en la orden, su porte, que tenía una dignidad poco común en su edad, sorprendió a todas las religiosas».

El P. Pichon S.J., quien predicó los Ejercicios a la comunidad cuando Teresita era novicia, dio el siguiente testimonio en el proceso de beatificación: «Era muy fácil dirigirla. El Espíritu Santo la conducía, y no recuerdo haber tenido que prevenirla contra las ilusiones, ni entonces, ni más tarde ... lo que más me llamó la atención durante aquellos Ejercicios fueron las pruebas especiales a las que Dios la sometía». La joven religiosa leía asiduamente la Biblia y la interpretaba correctamente, como lo prueban las múltiples citas de la Sagrada Escritura que hay en «Historia de un alma». Dado que su culto ha alcanzado las proporciones de una devoción popular, vale la pena llamar la atención sobre la predilección de la santa por la oración litúrgica y su inteligencia de esa inagotable fuente de vida cristiana. Cuando le tocaba oficiar durante la semana y tenía que recitar en el coro las colectas del oficio, solía recordar «que el sacerdote dice las mismas oraciones en la misa y, como él, estaba yo autorizada a rezar en voz alta ante el Santísimo Sacramento y a leer el Evangelio, cuando era yo primera cantora». En 1899, Teresita y sus hermanas sufrieron una tremenda prueba de ver que su padre perdía el uso de la razón a consecuencia de dos ataques de parálisis. Hubo que internar al Sr. Martin en un asilo privado, en el que permaneció tres años. Escribió Teresita: «los tres años del martirio de mi padre fueron, a lo que creo, los más ricos y fructuosos de nuestra vida. Yo no los cambiaría por los éxtasis más sublimes». La joven religiosa hizo su profesión el 8 de septiembre de 1890. Pocos días antes, escribía a la madre Inés de Jesús (Paulina): «Antes de partir, mi Amado me preguntó por qué caminos y países iba yo a viajar. Yo repliqué que mi único deseo consistía en llegar a la cumbre del monte del Amor. Entonces nuestro Salvador, tomándome por la mano, me condujo a un camino subterráneo, en el que no hace frío ni calor, en el que el sol no brilla nunca, en el que el viento y la lluvia no tienen entrada. Es un túnel en el que reina una luz velada que procede de los ojos de Jesús, que me miran desde arriba ... Daría yo cualquier cosa por conquistar la palma de Santa Inés; si Dios no quiere que la gane por la sangre, la ganaré por el amor ...»

Uno de los principales deberes de las carmelitas consiste en orar por los sacerdotes. Santa Teresita cumplió ese deber con inmenso fervor. Durante su viaje por Italia, había visto u oído algo que le había hecho abrir los ojos a la idea de que los sacerdotes tienen necesidad de oraciones tanto como el resto de los cristianos. Teresita jamás cesó de orar, en particular, por el célebre ex carmelita Jacinto Loyson, quien había apostatado de la fe. Aunque era de constitución delicada, la santa religiosa se sometió desde el primer momento a todas las austeridades de la regla, excepto al ayuno, pues sus superioras se lo impidieron. La priora decía: «Un alma de ese temple no puede ser tratada como una niña. Las dispensas no están hechas para ella». Sin embargo, Teresita confesaba: «Durante el postulantado, me costó muchísimo ejecutar ciertas penitencias exteriores ordinarias. Pero no cedí a esa repugnancia, porque me parecía que la imagen de mi Señor crucificado me miraba con ojos que imploraban tales sacrificios». Entre las penitencias corporales, la más dura para ella era el frío del invierno en el convento; pero nadie lo sospechó hasta que Teresita lo confesó en el lecho de muerte. Al principio de su vida religiosa había dicho: «Quiera Jesús concederme el martirio del corazón o el martirio de la carne; preferiría que me concediera ambos». Y un día pudo exclamar: «He llegado a un punto en que me es imposible sufrir, porque todo sufrimiento me es dulce».

La autobiografía titulada «Historia de un alma», que santa Teresita escribió por orden de su superiora, es un hermoso documento, de carácter excepcional. Está escrito en estilo claro y de gran frescura, lleno de frases familiares. Abundan las intuiciones psicológicas que revelan un extraordinario conocimiento propio y una profunda sabiduría espiritual de la que no está excluida la belleza. Cuando Teresita define su oración, nos revela más acerca de sí misma que si hubiese escrito muchas páginas de análisis propiamente dicho: «Para mí, orar consiste en elevar el corazón, en levantar los ojos al cielo, en manifestar mi gratitud y mi amor lo mismo en el gozo que en la prueba. En una palabra, la oración es algo noble y sobrenatural, que ensancha mi alma y la une con Dios ... Confieso que me falta valor para buscar hermosas oraciones en los libros, excepto en el oficio divino, que es para mí una fuente de gozo espiritual, a pesar de mi indignidad ... Procedo como una niña que no sabe leer; me limito a exponer todos mis deseos al Señor, y Él me entiende». La penetración psicológica de la autobiografía es muy aguda: «Me porto como un soldado valiente en todas las ocasiones en las que el enemigo me provoca a la lucha. Sabiendo que el duelo es un acto de cobardía, vuelvo las espaldas al enemigo sin dignarme ni siquiera mirarle, me refugio apresuradamente en mi Salvador y le manifiesto que estoy pronta a derramar mi sangre para dar testimonio de mi fe en el cielo». Teresita resta importancia a su heroica paciencia con una salida humorística. Durante la meditación en el coro, una de las hermanas solía agitar el rosario, cosa que irritaba sobremanera a la joven religiosa. Finalmente, «en vez de tratar de no oír nada, lo cual era imposible, decidí escuchar como si fuese la más deliciosa música. Naturalmente mi oración no era precisamente 'de quietud', pero cuando menos tenía yo una música que ofrecer al Señor». El último capítulo de la autobiografía constituye un verdadero himno al amor divino que concluye así: «Te ruego que poses tus divinos ojos sobre un gran número de almas pequeñas; te suplico que escojas entre ellas una legión de víctimas insignificantes de tu amor». Teresita se contaba a sí misma entre las almas pequeñas: «Yo soy un alma minúscula, que sólo puede ofrecer pequeñeces a nuestro Señor».

En 1893, la hermana Teresa fue nombrada asistente de la maestra de novicias. Prácticamente era ella la maestra de novicias, aunque no tenía el título. Acerca de sus experiencias de aquella época, escribe: «De lejos parece muy fácil hacer el bien a las almas, lograr que amen más a Dios y moldearlas según las ideas e ideales propios. Pero cuando se ven las cosas más de cerca, llega uno a comprender que hacer el bien sin la ayuda de Dios es tan imposible como hacer que el sol brille a media noche ... Lo que más me cuesta es tener que observar hasta las menores faltas e imperfecciones para combatirlas despiadadamente». La santa tenía entonces veinte años. Su padre murió en 1894. Poco después, Celina, quien hasta entonces se había encargado de cuidarle, siguió a sus tres hermanas en el Carmelo de Lisieux. Dieciocho meses más tarde, en la noche del Jueves al Viernes Santos, santa Teresita sufrió una hemorragia bucal, y el gorgoteo de la sangre que le subía por la garganta lo oyó «como un murmullo lejano que anunciaba la llegada del Esposo». Por entonces se sintió inclinada a responder al llamado de las carmelitas de Hanoi, en la Indochina, quienes querían que partiese a dicha misión. Pero su enfermedad fue empeorando cada vez más y, los últimos dieciocho meses de su vida, fueron un período de sufrimiento corporal y de pruebas espirituales. Dios le concedió entonces una especie de don de profecía, y Teresita hizo la triple confesión que ha estremecido al mundo entero: «Nunca he dado a Dios más que amor y Él me va a pagar con amor. Después de mi muerte derramaré una lluvia de rosas». «Quiero pasar mi cielo haciendo bien a la tierra». «Mi 'caminito' es un camino de infancia espiritual, un camino de confianza y entrega absoluta». En junio de 1897, la santa fue trasladada a la enfermería del convento, de la que no volvió a salir. A partir del 16 de agosto, ya no pudo recibir la comunión, pues sufría de una naúsea casi constante. El 30 de septiembre, la hermana Teresa de Lisieux murió con una palabra de amor en los labios.

El culto de la joven religiosa empezó a crecer con rapidez y unanimidad impresionantes. Por otra parte, los múltiples milagros obrados por su intercesión atrajeron sobre Teresita las miradas de todo el mundo católico. La Santa Sede, siempre atenta al clamor unánime de toda la Iglesia visible, suprimió en este caso el período de cincuenta años que se requería ordinariamente para introducir una causa de canonización. Pío XI beatificó a Teresita en 1923 y la canonizó en 1925 y extendió su fiesta a toda la Iglesia de Occidente. En 1927, santa Teresa del Niño Jesús fue nombrada, junto con san Francisco Javier, patrona de todas las misiones extranjeras y de todas las obras católicas en Rusia. Finalmente el papa Juan Pablo II, en 1997, la proclamó Doctora de la Iglesia, por medio de la Carta Apostólica «Divini Amoris Scientia». No sólo los católicos sino también muchos no católicos que habían leído la autobiografía y se habían asomado al misterio de la vida oculta de Teresita, acogieron con inmenso gozo esas decisiones de la Santa Sede. La joven santa era delgada, rubia, de ojos azul gris; tenía las cejas ligeramente arqueadas; su boca era pequeña y sus facciones delicadas y regulares. Las fotografías originales reflejan algo del ser de Teresita; en cambio, las fotografías retocadas que circulan ordinariamente son insípidas e impersonales.

Teresa del Niño Jesús se había entregado con entera decisión y plena conciencia a la tarea de ser santa. Sin perder el ánimo, ante la aparente imposibilidad de alcanzar las cumbres más elevadas del olvido de sí misma, solía repetirse: «Dios no inspira deseos imposibles. Por consiguiente, a pesar de mi pequeñez, puedo aspirar a la santidad. No tengo que hacerme más grande de lo que soy, sino aceptarme tal como soy, con todas mis imperfecciones. Quiero buscar un nuevo camino para el cielo, un camino corto y recto, un pequeño atajo. Vivimos en una época de invenciones. Ya no tenemos que molestarnos en subir escaleras; en las casas de los ricos hay elevadores. Yo quisiera descubrir un ascensor para subir hasta Jesús, porque soy demasiado pequeña para subir los escalones de la perfección. Así pues, me puse a buscar en la Sagrada Escritura algún indicio de que existía el ascensor que yo necesitaba y encontré estas palabras en boca de la Eterna Sabiduría: 'Que los que son pequeños vengan a Mí'.»

Los libros y artículos sobre santa Teresita son, por así decirlo, innumerables; pero todos se basan en la autobiografía y en las cartas de la santa, a las que se añaden en algunos casos ciertos testimonios del proceso de beatificación y canonización. Estos últimos documentos, impresos para uso de la Sagrada Congregación de Ritos, son muy importantes, ya que permiten ver que ni siquiera las religiosas sometidas a las austeridades de la regla del Carmelo están exentas de la fragilidad humana y que una parte de la misión de Teresita del Niño Jesús consistió precisamente en reformar con su ejemplo silencioso la observancia de su propio convento. Entre las mejores biografías de la santa (que no son las más largas), hay que mencionar las de H. Petitot, St Teresa of Lisieux: A Spiritual Renaissance (1927); la del barón Angot des Rotours en la colección Les Saints; la de F. Laudet, L'enafnt chérie du monde (1927); la de H. Ghéon, The Secret of the Little Flower (1934). Véase el estudio teológico de H. Urs von Balthasar, Thérése de Lisieux (1953). «L'histoire d'une ame» ha sido traducida prácticamente a todas las lenguas, incluso al hebreo. A mediados del siglo XX se ha publicado la edición original de Histoire d'une ame sin retoque alguno.