El Martirologio no es un tratado de crítica historica de la Biblia. Si bien es loable los muchos esfuerzos que se han hecho por adecuar las noticias sobre los santos (sobre todo los más antiguos) al estado actual de nuestro conocimiento histórico, hay que reconocer que, en cuanto a los personajes bíblicos, las leyendas románticas, y los deseos de armonizar todo con todo son a veces mucho más fuertes que lo que puede decirse con sencillez sobre estos personajes.
A María de Cleofás la conocemos por una única aparición en Juan 19,25: «Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Clopás, y María Magdalena.», así que podemos saber de seguro que era tía de Jesús. Pero cuando a partir del siglo II los evangelios dejaron de ser leídos cada uno en el contexto de la comunidad a la que originalmente se dirigía, y pasaron a una circulación más amplia, no sólo fueron leídos fuera de sus ambientes originales (lo que permitía dar por sobreentendidos muchos aspectos) sino que fueron comparados uno con el otro... y comenzaron a hacerse visibles sus diferencias, sus imprecisiones, incluso el escasísimo cuidado qu habían puesto las primeras comunidades en conservar con exactitud los detalles mínimos de la vida de Jesús. Sintiéndose que esas discordancias debilitaban la defensa de la realidad de Jesús frente a los que la impugnaban, sobre todo frente a los gnósticos, comenzó a desarrollarse una armonización a gran escala de los datos discordantes. Y por cierto espíritu de síntesis, los personajes que los evangelios nombraban comenzaron a fundirse uno con el otro.
Mateo 27,55-56 nos dice: «Había allí muchas mujeres mirando desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirle. Entre ellas estaban María Magdalena, María la madre de Santiago y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo.» Naturalmente esto llevó a que la única mención de María de Cleofás de Juan pasara a identificarse con la madre de Santiago y José, por lo que en una primera armonización, Santiago y José son primos de Jesús, lo que de paso resolvía la incómoda mención de los «hermanos de Jesús» y permitía sintetizar en dos santiagos lo que posiblemente había sido tres o más. Pero además ese mismo pasaje nos hablaba de la "Madre de los hijos de Zebedeo", pero Mc 15,40 decía: «había también unas mujeres mirando desde lejos, entre ellas, María Magdalena, María la madre de Santiago el menor y de Joset, y Salomé», por lo que «resultó evidente» que la madre de los hijos de Zebedeo tenía que ser Salomé.
Todas estas identificaciones son gratuitas, no tenemos verdaderamente elementos para sostenerlas, como no sea el deseo de que todo armonice con todo. Está claro que para el primer siglo, no sólo ejemplar sino verdaderamente normativo para la fe cristiana, no supuso ningún riesgo desconocer esos detalles, saber quiénes eran los parientes, cuántas Marías rodearon a Jesús, y qué papel cumplió cada una; fue verdaderamente el miedo del siglo II el que llevó a leer los evangelios con un historicismo exacerbado, completamente ajeno a la sutil perspectiva histórica de los evangelios. A los evangelios les bastó la simple constatación de que la fe de Jesús, contrariamente a las prácticas de la sinagoga, no era una fe sólo para varones, sino que vivió rodeado y en diálogo con multitud de mujeres, la mayoría de ellas tan anónimas como los varones que lo seguían, de los cuales también sabemos realmente poco.
En la memoria de hoy, entonces, más que celebrar a personajes del todo conocidos, resumimos en dos nombres una cantidad imprecisa pero grande de discípulas y seguidoras de Jesús que han formado la matriz de la fe inicial, el lugar desde donde el encuentro concreto con Jesús se propagó por todo el mundo. «Había allí muchas mujeres», nos decía Mateo, y ése es el contenido último de esta memoria, sean cuales sean las que se llamaban María (posiblemente varias), y sean cuales fueres los vínculos parentales entre ellas y con Jesús.
Bibliografía: cualquier introducción a los Evangelios por separado muestra los problemas críticos que las menciones de estos nombres tienen. Puede consultarse como ejemplo el «Comentario Bíblico San Jerónimo»; hay un interesante trabajo de Raymon Brown, «Las mujeres que seguían a Jesús», incluido en la edición de «La comunidad del Discípulo Amado», Sígueme, 1990; se consigue en la red un trabajo de Suzanne Tunc, «También las mujeres seguían a Jesús», Sal Terrae, 1998, del que pueden tomarse algunas perspectivas sobre las mujeres y el seguimiento, aunque el libro adolece, en general, de cierto ideologismo. El cuadro es de Quentin Massys, panel central del Altar de San Juan, 1507-08, que se encuentra en en el Koninklijk Museum voor Schone Kunsten, Bélgica.