Este santo franciscano era de origen humilde. Había nacido en Cori, en la campiña romana. De niño, un sacerdote había empezado a enseñarle las primeras letras, pero sus padres necesitaron pronto de la ayuda de Tomás en el pastoreo. Como leemos de muchos otros jóvenes pastores de ambos sexos que figuran entre los santos, Tomás aprovechó bien las largas horas de soledad pasadas junto a su rebaño y con Dios. En breve, adquirió un gran hábito de contemplación; nada tiene, pues, de extraño que a la muerte de sus padres, Tomás haya solicitado la admisión en el convento de los franciscanos de la estricta observancia en Cori. Fue admitido, y seis años más tarde recibió la ordenación sacerdotal.
Al principio sus superiores le dedicaron al oficio de maestro de novicios; pero Tomás no había perdido el gusto por la vida eremítica, y obtuvo permiso para retirarse al pequeño convento de Civitella, en las montañas de las proximidades de Subiaco. Allí pasó casi todo el resto de su vida, entregado mansa y gozosamente a las más humildes ocupaciones, practicando grandes penitencias, predicando a los pocos y rudos habitantes de la montaña (casi lodos ellos bandoleros), y gozando de extraordinarias gracias y éxtasis. Se cuenta en particular que, en cierta ocasión, mientras distribuía la comunión en la iglesia, fue arrebatado en éxtasis y se elevó hasta el techo, con el copón en la mano; momentos después, descendió lentamente y siguió distribuyendo la comunión, como si nada hubiese sucedido.
Elegido guardián del convento. Tomás dio muestras de una caridad y una confianza en Dios ilimitadas. En una ocasión en que había repartido a los pobres todo el pan, la comunidad encontró la mesa absolutamente vacía, pero en ese preciso instante llegó un regalo inesperado y la comunidad tuvo todo lo necesario. Aunque Tomás se mostró siempre bondadoso y considerado en el ejercicio de su cargo, no por ello dejaba de ser muy estricto en lo relacionado con el servicio de Dios, insistiendo en particular en que sus monjes recitasen el oficio divino lenta y devotamente. «Si cor non orat -acostumbraba decir-, in vano lingua laborat» («si el corazón no está en oración, la lengua trabaja en vano»). Tomás murió el 11 de enero de 1729, a los setenta y tres años de edad, fue beatificado en 1785 y canonizado en 1999.
Véase el «Breve Compendio della Vita... del B. Padre Tommaso da Cori» (1786); Léon, Auréole Séraphique (traducción inglesa), vol I, pp. 324-332.