Uno de los problemas disciplinares (pero con honda significación religiosa, ya que está en juego toda una concepción de la misericordia divina) que afrontó la Iglesia en sus primeros siglos, y que enfrentó en su seno posturas divergentes, fue el conflicto llamado de los «lapsi» (o «relapsi»), es decir, de los cristianos que, bajo el rigor de la tortura, o simplemente por miedo, caían en apostasía (de allí el nombre de «lapsi», es decir, caídos), pero que luego se arrepentían y deseaban vover a la fe. Algunos, como san Hipólito, sostenían una respuesta intransigente: no debían ser readmitidos de ninguna manera; otros, una postura enteramente laxa: debían ser readmitidos sin ninguna condición; finalmente otros, como san Cipriano, estimaban que tenían que poder volver a la fe, pero mediante una penitencia, que debía establecerse caso por caso, ya que no es lo mismo el cristiano que apostató para no ser molestado por las autoridades o para no perder sus bienes, que el que lo hizo bajo una extrema tortura. La postura de Cipriano fue la que oficialmente adoptó el Norte de África (señero en la fe de esos siglos), y el Obispo de Roma, no sin graves disputas y momentos de cisma.
Para ilustrar su tesis Cipriano escribe un tratado dedicado precisamente a los «Lapsi», en el que cuenta el caso de estos dos mártires, Casto y Emilio, que en la persecución, fueron vencidos por la fuerza de las crueles torturas pero, arrepentidos, dieron finalmente su testimonio cruento por el fuego. Desgraciadamente, no es posible saber más sobre su vida, ni sobre las circunstancias del martirio; en la actualidad se ubica el hecho en las persecuciones de Septimio Severo (inicios del siglo III), pero la obra de Cipriano es de tiempos de las persecuciones de Decio (mediados del siglo III) y en algunas hagiografías se ubica en esa época la gesta de estos dos mártires. San Agustín, en el sermón 285, que predicó el día de su fiesta, enseña, a partir del ejemplo de estos mártires, que la fuerza para enfrentar el martirio no proviene del propio mártir: «Fortasse et ipsi de suis viribus antea praesumpserunt, et ideo defecerunt», «posiblemente ellos confiaron primero en sus propias fuerzas, por eso cayeron» (PL 38:Sermo 285,4).
Los nombres de estos santos aparecen en varios martirologios antiguos. El Calendario de Cartago, que data a lo más de mediados del siglo V, los menciona.
Ver Acta Sanctorum, mayo, vol. V. La presente hagiografía está basada en el artículo dedicado a san Cipriano en Catholic Encyclopedia (John Chapman, 1908), la Patrología de Quasten. volumen I (BAC, 1962), y el Butler-Guinea (1966) del 22 de mayo.