San Félix era un santo sacerdote romano, tan feliz en su vida y sus virtudes como lo indica su nombre. Fue arrestado al comienzo de la persecución de Diocleciano. Después de soportar con gran constancia la tortura, fue condenado a morir decapitado. Cuando se dirigía al sitio de la ejecución, se cruzó con un forastero cristiano, el cual se sintió tan conmovido al ver al santo correr gozosamente a la gloria del martirio, que exclamó en voz alta: «Yo profeso la misma fe que ese hombre. También yo confieso el nombre de Jesucristo. También yo quiero morir por su causa». Al oír esto, los magistrados le mandaron arrestar, y ambos mártires fueron decapitados juntos. Como los cristianos ignoraban el nombre del forastero, le llamaron «Adaucto», es decir, «Añadido», porque se había unido a Félix en el martirio.
La historia, muy embellecida por la leyenda, proviene de la siguiente inscripción del papa san Dámaso: «¡Feliz de ti, que con tanta razón y verdad te llamabas Félix, porque, con fe invencible y total desprecio del mundo, confesaste a Cristo y buscaste el Reino de los Cielos! Admirad también, hermanos, la preciosísima fe que llevó victoriosamente a Adaucto al cielo». El sacerdote Vero, por orden de su superior Dámaso, restauró la tumba y adornó el santuario de los mártires. La Depositio Martyrum, que data del año 354, menciona a «Félix y Adaucto, en el cementerio de Comodila en la Vía Ostiense», ello constituye una sólida prueba de la antigüedad del culto de estos mártires, confirmada por el Sacramentario Leonino y otros muchos documentos. Fueron sepultados en el cementerio de Comodilla, en la Vía Ostiense, no lejos de San Pablo Extramuros. La cripta fue transformada por el papa Siricio en basílica, y sucesivamente ampliada y decorada por los papas Juan I y León III. Llegó así a ser meta de pregrinación y devoción hasta bien entrado el medioevo, en el que catacumbas y santuarios subterráneos cayeron en el olvido y fueron devastados. El cementerio de Comodilla y la tumba de Félix y Adaucto fueron descubiertos en 1720, pero la satisfacción del descubrimiento duró poco, porque algunos días después la boveda de la pequeña basílica subterránea se derrumbó. Los restos cayeron nuevamente en el olvido y la dejadez, hasta el 1903, cuando la basílica fue definitivamente restaurada. Se descubrió uno de los más antiguos frescos paleocristianos, en el que se representa a san Pedro recibiendo las llves, en presencia de los santos Esteban, Pablo, Félix y Adaucto.
Véase Analecta Bollandiana, vol. XVI (1897), pp. 17-43, y las discusiones de De Rossi, Wilpert, Marucchi, Bonavenia, etc., mencionadas por Delehaye en Comentario sobre el Martirologium Hieronymianum, pp. 476-478. La pasión de estos mártires puede verse en Acta Sanctorum, agosto, vol. VI. El conjunto de este artículo proviene del Butler-Guinea, pero la relación de las etapas de la arqueología de la tumba proviene del artículo de Piero Bargellini dedicado a los santos en Santi e Beati. La imagen es la «Glorificación de Félix y Adaucto», de Carlo Innocenzo Carlone, 1759-61, diseño para la cúpula de la iglesia de San Félix, en el Lago de Garda.