El testimonio sobre estos mártires, en especial acerca del cabeza de grupo, Mapálico, proviene de las cartas de san Cipriano de Cartago, mártir él mismo ocho años después, y de quien nos queda el conmovedor y sincero testimonio de su pasión.
El santo exhorta a los cristianos a mantenerse firmes en la confesión de la fe en medio de las pruebas, y lo hace acudiendo a ejemplos recientes y que da por conocidos. Uno de esos ejemplos es precisamente el de Mapálico y sus compañeros, a quienes cita en tres ocasiones, extendiéndose en el caso: en la carta 8, en la 21 y en la 22, las tres auténticas, por lo que tenemos un testimonio, no sólo autorizado, sino también inusualmente cercano a los hechos. El grupo dio su martirio en el año 250, en la persecución del emperador Decio, una de las más devastadoras, sólo superada por la de Diocleciano, cincuenta años más tarde.
En la carta 8 Cipriano se detiene específicamente en la pasión del propio Mapálico, y de cómo el santo, a las puertas de la muerte, alentaba a los demás y en medio de los tormentos, movido por el Espíritu Santo, ofreció al procónsul que vería la respuesta del cielo al día siguiente; efectivamente, nos dice Cipriano, el cielo confirmó al día siguiente que lo recibía en la gloria, posiblemente con algún prodigio sobre el que la carta no se extiende. En la carta 21 menciona la lista de los compañeros del santo, tal como la reproduce el elogio del Martirologio Romano.
En la 22 cuenta el episodio de que Mapálico intercedió por su madre y hermana, tal como señala el elogio, pero la cuestión no es meramente anecdótica sino que se inscribe en el problema de los "lapsi", los que abjuraban de la fe frente al martirio, que era el problema candente en época de Cipriano. En la Iglesia de los dos primeros siglos había prevalecido la interpretación de que una vez que una persona era bautizada, si abjuraba de la fe (por ejemplo, por ceder ante las torturas a las que eran sometidos los cristianos en persecución), ya no había posibilidad de pedir el reingreso en la fe, se era réprobo para toda la eternidad.
Sin embargo, no todos aceptaban esta interpretación rigurosa, y el problema de los que abjuraban de la fe y querían volver -que dividió verdaderamente a la Iglesia, como lo muestra la historia de san Ceferino y san Hipólito- ocupó el primer plano de los debates del siglo III. Gracias a ello, a escritos como los de San Cipriano, a ejemplos como los de san Mapálico, hubo una gran evolución en la disciplina penitencial de la Iglesia, y se entendió de una manera nueva el modo de aplicar los méritos infinitos d ela muerte de Cristo a los pecados cometidos una vez bautizados.
Precisamente el santo trataba de mostrar con el ejemplo de Mapálico, que una cosa era pedir por piedad en favor de su madre y hermana, y otra era renegar de la fe y pretender pedir para sí mismo. En todo caso san Mapálico verificó con su propia sangre la disposición a dar la vida por Cristo.
La cuestión de los lapsi está tratada con más extensión en la propia biografía de san Cipriano. Las cartas del santo se encuentran en la Biblioteca.