El culto de los santos Nereo y Aquileo es muy antiguo, ya que data, por lo menos, del siglo IV. En la fiesta de estos santos, que se celebraba en Roma con cierta solemnidad, san Gregorio Magno predicó dos siglos más tarde, su vigésima octava homilía: «Los santos ante los que nos hallamos reunidos despreciaron al mundo y pisotearon la paz y las riquezas, y la vida que las ofrecía». La iglesia en que el santo pronunció esa homilía se hallaba en el cementerio de Domitila, en la Vía Ardeatina, sobre la tumba de los mártires. Hacia el año 800, León III construyó una nueva iglesia; el cardenal Baronio (1538-1613), que fue titular de ella, la reconstruyó y llevó de nuevo allá las reliquias de san Nereo y san Aquileo, que habían sido transladadas a la iglesia de San Adrián. Nereo y Aquileo eran soldados pretorianos, según dice la inscripción que el papa san Dámaso mandó poner sobre su tumba. Las «actas» de estos mártires, que son legendarias, dicen que eran eunucos y estaban al servicio de Flavia Domitila, a la que siguieron al destierro. Relatan también que Nereo, Aquileo y Domitila fueron desterrados a la isla de Terracina; los dos primeros fueron ahí decapitados durante el reinado de Trajano (98-117), en tanto que Domitila pereció en la hoguera por haberse negado a ofrecer sacrificios a los ídolos. Probablemente la leyenda se basa en el hecho de que los cuerpos de Nereo y Aquileo fueron quemados en un sepulcro familiar, que se hallaba en lo que fue después el cementerio de Domitila. Durante las excavaciones que llevó a cabo Rossi en 1874 en dicha catacumba, se descubrió su sepulcro vacío, en la cripta de la iglesia que el papa san Siricio construyó el año 390.
Así pues, dada la imposibilidad de dar ningún crédito a las «Actas», todo lo que podemos afirmar acerca de los santos Nereo y Aquileo es lo que se halla consignado en las inscripciones que san Dámaso mandó colocar en su sepulcro a fines del siglo IV. El texto ha llegado hasta nosotros a través de las citas de los viajeros que vieron las inscripciones cuando estaban todavía enteras; pero los fragmentos que descubrió Rossi bastan para identificarlas perfectamente. He aquí el texto, traducido al español: «Los mártires Nereo y Aquileo habían entrado voluntariamente en el ejército y desempeñaban el cruel oficio de poner en práctica las órdenes del tirano. El miedo les hacía ejecutar todos los mandatos. Pero, por milagro de Dios, los dos soldados abandonaron la violencia, se convirtieron al cristianismo y huyeron del campamento del malvado tirano, dejando tras de sí los escudos, las armaduras y las lanzas ensangrentadas. Después de confesar la fe de Cristo, se regocijan ahora al dar testimonio del triunfo del Señor. Que estas palabras de Dámaso te hagan comprender, lector, las maravillas que es capaz de hacer la gloria de Cristo.»
En la distribución y contenido que adopta el Martirologio Romano en la actualidad, la conmemoración de los santos Nereo y Aquileo se ha desvinculado por completo de la de Domitila (que ha pasado al 7 de mayo), y el elogio de los santos prácticamente resume el epitafio damascino, colocando la fecha probable del martirio a fines del siglo III.
Hay una literatura muy abundante sobre la leyenda de Nereo y Aquileo y el descubrimiento del cementerio de Domitila. Las actas pueden verse en Acta Sanctorum, mayo, vol. III. Hay innumerables ediciones y comentarios de ellas: Wirth (1890); Achelis, Texte und Untersuchungen, vol. XI, pte. 2, (1892); Schaefer, Romische Quartalschrift, vol. VIII (1894), pp. 89-119; P. Franchi de Cavalieri, Note Agiografiche, n. 3 (1909), etc. Cf. también J. P. Kirsch, Die romischen Titelkirchen (1918), pp. 90-94; Huelsen, Le Chiese di Roma nel medio evo, pp. 388-389, etc., y Delehaye, Comentario sobre el Martirologium Hieronymianum, p. 249. Se encontrarán abundantes referencias sobre la literatura arqueológica del cementerio de Domitila en el artículo de Leclercq en Dictionnaire d'Archéologie chrétienne et de Liturgie, vol. IV (1921), ce. 1409-1443.