Por lo cual, dejando ya la palabra del comienzo en la institución del Cristo, vamos adelante a la perfección, no echando otra vez el fundamento del arrepentimiento de las obras de muerte, y de la fe en Dios,
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de la doctrina de los bautismos, y de la imposición de manos, y de la resurrección de los muertos, y del juicio eterno.
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Y esto haremos, a la verdad, si Dios lo permitiere.
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Porque es imposible que los que una vez recibieron la luz, y que gustaron aquel don celestial, y que fueron hechos partícipes del Espíritu Santo;
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y que así mismo gustaron la buena palabra de Dios, y las virtudes del siglo venidero,
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y recayeron, sean renovados de nuevo por arrepentimiento colgando en el madero otra vez para sí mismos al Hijo de Dios, y exponiéndolo a vituperio.
7
Porque la tierra que embebe el agua que muchas veces vino sobre ella, y que engendra hierba a su tiempo a aquellos de los cuales es labrada, recibe bendición de Dios.
8
Mas la que produce espinas y abrojos, es reprobada, y cercana de maldición, y su fin será por fuego.
9
Pero de vosotros, oh amados, esperamos mejores cosas que éstas y más cercanas a la salud, aunque hablamos así.
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Porque Dios no es injusto que se olvide de vuestra obra y el trabajo de la caridad que habéis mostrado en su nombre, habiendo ayudado a los santos y ayudándoles.
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Pero deseamos que cada uno de vosotros muestre la misma solicitud hasta el fin para cumplimiento de su esperanza,
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que no os hagáis perezosos, sino imitadores de aquellos que por la fe y la paciencia heredan las promesas.
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Porque prometiendo Dios a Abraham, no pudiendo jurar por otro mayor, juró por sí mismo,
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diciendo: Que te bendeciré bendiciendo, y multiplicando, te multiplicaré.
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Y así, esperando con largura de ánimo, alcanzó la promesa.
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Porque los hombres ciertamente por el mayor que ellos juran; y el fin de todas sus controversias es el juramento para confirmación.
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En lo cual, queriendo Dios mostrar más abundantemente a los herederos de la promesa la inmutabilidad de su consejo, interpuso juramento,
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para que por dos cosas inmutables, en las cuales es imposible que Dios mienta, tengamos un fortísimo consuelo, los que nos acogemos a unirnos a la esperanza propuesta;
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la cual tenemos como por segura y firme ancla del alma, y que entra hasta en lo que está dentro del velo,
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donde entró por nosotros nuestro precursor Jesús, hecho Sumo Sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec.