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Beata María Teresa de Jesús Le Clercq, virgen y fundadora

Una de las grandes obras de la contrareforma fue haber comenzado a preocuparse por la educación de las niñas. En 1535, santa Ángela de Merici había fundado la congregación de las Ursulinas con este fin. Santa Juana de Lestonnac fundó, en 1606, la congregación de las Religiosas de Nuestra Señora. A su vez, san Pedro Fourier fundó a las Canonesas Regulares de San Agustín de la congregación de Nuestra Señora, empresa en la cual Alix (Alexia) Le Clercq cooperó como cofundadora.

Nació en Remiremont, ducado de Lorena, en 1576. Su familia ocupaba una posición destacada; pero es poco lo que sabemos de su vida hasta los diecisiete años. A esa edad era una joven alta y hermosa, rubia, de constitución delicada, atractiva e inteligente; en una palabra, como lo hace notar Mons. Francis Gonne, Alix era lo que los franceses llaman "spirituelle". Otro relato, escrito por ella misma, nos informa que se distinguía en la música y la danza, que era muy popular y que tenía muchos admiradores. Alix deja entender que se envanecía de todo esto, lo que es probable. En todo caso, no hay que olvidar que los santos tienden a exagerar sus defectos. Por otra parte, el relato de Alix muestra que la joven no carecía de seriedad: «En medio de todo esto, mi corazón estaba triste». Poco a poco, la frivolidad de su vida se le hizo insoportable.

A los diecinueve años tuvo el primero de los sueños que habían de jalonar su vida. Se vio en una iglesia, cerca del altar; a su lado se hallaba Nuestra Señora, vestida con un hábito religioso desconocido, hablándole: «Ven, hija mía, que yo misma voy a darte la bienvenida», le decía. Poco después, la familia Le Clercq fue a habitar a Hymont. Ahí encontró Alix a san Pedro Fourier, que era vicario de una parroquia de Mattaincourt, en las cercanías. Un día que asistía a la misa en esa parroquia, Alix oyó un ruido de tambor y vio al demonio que hacía bailar a los jóvenes «ebrios de alegría». En ese instante se operó la conversión de Alix, quien nos dice: «Ahí mismo resolví no mezclarme con semejante compañía». Alix cambió sus finos vestidos por el sayal de las campesinas, y apenas salía de su casa. Bajo la prudente dirección de san Pedro Fourier, se dedicó a buscar la voluntad de Dios hacia ella, lo cual le produjo grandes sufrimientos espirituales. Tanto su padre como san Pedro Fourier, le aconsejaron que entrara a un convento. Pero ella se negó, pues un sueño le había revelado que no existía ninguna forma de vida religiosa adaptada a su vocación. Alix confió a san Pedro Fourier que estaba obsesionada por la idea de fundar una congregación activa. El santo se mostró escéptico; sin embargo, le aconsejó que buscara a otras jóvenes que compartieran su idea, cosa muy difícil en un apartado pueblecito de los Vosgos. Alix realizó su cometido con tanto tino, que logró encontrar compañeras.

En la Misa de Navidad de 1597, Alix Le Clercq, Ganthe André, Isabel y Juana de Louvroir se consagraron públicamente a Dios. Cuatro semanas más tarde, san Pedro Fourier quedó convencido de que estaban llamadas a fundar una comunidad bajo su dirección. Naturalmente, las críticas no escasearon. «Las gentes tachaban de singularidad la desacostumbrada conducta de las jóvenes, no veían más que afectación en su manera de vestirse, y consideraban como una tontería su humildad». El padre de Alix se sintió herido por estas críticas, y la única solución que pudo encontrar fue la de enviar a su hija como pensionaria al convento de las terciarias de Santa Isabel, en Ormes. Alix obedeció, aunque aquel relajado convento cuadraba mal con sus aspiraciones, y el señor Le Clercq no le permitió volver a casa. Una solución inesperada se ofreció a Alix. En Poussay, a cuatro kilómetros de Mattaincourt, había una abadía de canonesas seculares. Se trataba de una comunidad de damas ricas y aristocráticas que llevaban una vida conventual que felizmente ha desaparecido. Una de esas buenas señoras, Judith d'Apremont, decidió proteger a Alix y a sus tres compañeras dándoles albergue en una casita de sus posesiones. Las jóvenes se instalaron ahí la víspera del Corpus Christi de 1598. Al terminar un retiro, declararon unánimemente a san Pedro Fourier que se sentían llamadas a fundar una nueva congregación, ya que tal era la voluntad de Dios para ellas. El fin de la nueva congregación era "enseñar a las niñas a leer, a escribir y a coser, pero sobre todo a amar y servir a Dios". A esta santa ocupación debían consagrarse, sin distinguir entre pobres y ricos, y sin cobrar ni un céntimo, «porque esto agrada más a Dios». La vida de las religiosas se distinguió al principio, por la severidad de la penitencia; pero el tiempo les hizo comprender que esto era incompatible con las grandes exigencias de la enseñanza de la juventud. El espectáculo de su devoción inspiró en algunas canonesas de la abadía el deseo de ingresar en la nueva fundación, pues estaban cansadas de gozar de «todos los privilegios de la vida conventual, sin experimentar su rudeza». La abadesa, madame d'Amoncourt, que no aceptaba las grandes reformas operadas en los monasterios de la época, temió que su comunidad se disolviera. La situación fue muy crítica durante varias semanas. Judith d'Apremont resolvió esta crisis, ofreciendo a las nuevas religiosas otra casa en Mattaincourt. Tal fue el primer convento propiamente dicho de la nueva congregación.

Sin embargo, no se trataba todavía de una comunidad religiosa en el sentido estricto del término, lo cual inquietó al padre de Alix, quien le ordenó retirarse a Verdún. San Pedro Fourier declaró a la joven que estaba obligada a obedecer. Felizmente el señor Le Clercq, movido por el Espíritu Santo en forma irresistible, retiró la orden que había dado. Poco después, un franciscano recoleto, el P. Fleurant Boulengier, intentó asociar la nueva comunidad a las clarisas. San Pedro Fourier, cuya confianza en la nueva fundación no era todavía muy grande, recomendó insistentemente a Alix y sus compañeras que se asociaran con las clarisas, pero ellas se negaron diciendo: «Nos hemos reunido en comunidad para consagrarnos a la educación de las niñas, de suerte que no podemos apartamos de nuestra vocación y adoptar una forma de vida a la que Dios no nos ha llamado». San Pedro Fourier, por su parte, interpretaba en otra forma la voluntad de Dios, o fingía hacerlo así para probarlas. En todo caso, tras algunos meses de vacilaciones, aceptó finalmente la decisión. En 1601, san Pedro Fourier y la beata Alix fundaron una segunda casa en Mihiel, a la que siguieron las de Nancy, Pont-à-Mousson, Saint-Nicolas du Port, Verdún y Chalons. Esta última, establecida en 1613, fue la primera fundación fuera de Lorena. Hasta ese momento, Roma no había aprobado todavía la nueva congregación. La idea de recibir a las niñas en el interior de la clausura para impartirles instrucción, provocaba la hostilidad general. Por otra parte, la reticencia de Roma parecía dar la razón a quienes criticaban la novedad, y ponía en peligro la fundación. San Pedro Fourier envió a Alix y a una de sus compañeras al convento de las Ursulinas de París para que se documentaran sobre la vida monástica y los métodos de enseñanza. Las Ursulinas les propusieron que se unieran con ellas. Esta vez Alix reflexionó seriamente sobre la proposición, pero el P. Bérulle, que más tarde sería cardenal, resolvió sus dudas: «No creo -le dijo abiertamente- que Dios quiera esta fusión, de modo que lo mejor que puede hacer es olvidar el asunto».

En 1616, dos bulas de la Santa Sede concedieron por fin la deseada aprobación. A raíz de ello, el obispo de Toul aprobó las constituciones. Trece religiosas llevaron por primera vez el hábito que vestía la Santísima Virgen en la visión de la beata Alix, y comenzaron el año de noviciado, no obstante que algunas de ellas llevaban ya veinte años en el convento. Pero no todo iba viento en popa. Las bulas papales de aprobación, sólo mencionaban el convento de Nancy. Ahora bien, entre dicho convento y los otros, existía una especie de emulación, porque el de Nancy se hallaba bajo la protección del cardenal Carlos de Lorena, y el primado de Lorena, Antonio de Lénoncourt, había prácticamente asumido la dirección. La aparente parcialidad de las bulas no hizo sino agravar la disensión, lo cual produjo una desagradable crisis. El resultado fue que la beata Alix tuvo que renunciar a su cargo de superiora de la congregación, en favor de la madre Ganthe André, "sin la cual -explica san Pedro Fourier- nuestra congregación no hubiera podido fundarse", a pesar de que la madre André y Alix no estuvieran de acuerdo sobre la organización. Como si no bastara esta prueba de santidad heroica, la beata se vio sujeta a ataques personales por parte de las malas lenguas. Al mismo tiempo, atravesaba una crisis de sequedad espiritual, tentaciones y «noche oscura del alma». Por otra parte, como lo atestiguaron sus hijas, «Alix tomaba los sufrimientos ajenos como si fueran propios», de modo que su situación era muy dificil. En esa época tuvo la ocasión de practicar su propia máxima, común a todos los santos y místicos: «Un acto de humildad vale más que cien éxtasis». El mismo san Pedro Foumier le proporcionó otras oportunidades de practicar la virtud. Actualmente se reconoce a la beata el título de cofundadora de las Canonesas de Nuestra Señora. No así durante su vida, y san Pedro Foumier era el primero en negarle ese título «para mantenerla en su lugar». Es probable que el santo haya temido por ella, puesto que Alix debía parecerle muy imaginativa en comparación con su temperamento sólido y cauteloso.

En 1621, Alix obtuvo permiso de renunciar al cargo de superiora local de Nancy, y entró en un corto período de extraordinaria paz, que fue el preludio de su muerte. Estaba enferma desde tiempo atrás. Los médicos la declararon incurable, diagnóstico que desconsoló a todo Nancy, desde el duque y la duquesa de Lorena hasta las colegialas y los mendigos. San Pedro Fournier acudió a toda prisa a Nancy, pero no pudo penetrar en la clausura, hasta que el obispo le autorizó a ello. La oyó en confesión y la preparó para el paso «de la muerte a la vida». La beata se despidió solemnemente de la comunidad el día de la Epifanía, exhortando a sus religiosas al amor y la unión. El fin llegó el 9 de enero, después de una larga agonía. La beata no había cumplido aún los cuarenta y seis años. Todos la aclamaron como santa, e inmediatamente empezaron a recogerse testimonios para introducir su causa; pero la guerra impidió llevar adelante el proceso, y Alix Le Clerq no fue beatificada sino hasta 1947. El convento de Nancy fue saqueado durante la Revolución, y se dice que el cuerpo de Alix fue quemado a toda prisa para evitar una profanación. Lo cierto es que todos los esfuerzos para recuperarlo han resultado infructuosos. Su humildad debe complacerse en ello en el cielo, ya que en la tierra se esforzó tanto por ocultar sus obras de caridad y sus visiones. Sólo en la humildad y obediencia encontraba reposo, enseñando el abecedario y las operaciones elementales de aritmética a las niñas de Nancy. Esto no obstante, en las largas dificultades e incertidumbres que precedieron a la organización de la congregación, la beata demostró gran firmeza de resolución y fue siempre una excelente superiora. Sin embargo, como lo hace notar el historiador protestante Pfister, «cuando la nombraron superiora de Nancy, sólo tenía una ambición: la de entregarse como la más humilde de las hermanas a la enseñanza de las primeras letras en las clases más bajas». La madre Angélica Milly ha trazado el mejor retrato de Alix, al decirnos: «era un alma silenciosa».

En 1666, el convento de Nancy publicó una vida de Alix Le Clercq, que es en realidad una colección de valiosos documentos sobre la beata. El obispo de Saint-Dié introdujo, en 1885, la causa de beatificación, basándose en un ejemplar de esa biografía, que había caído en manos del conde Gandélet. La primera biografía propiamente dicha fue publicada en Nancy, en 1773; existe el manuscrito de otra, escrita en 1766; en 1858 vio la luz otra biografía, y a partir de entonces se han multiplicado los libros sobre la beata. La obra del canónigo Edmond Renard, La Mere Alix Le Clercq (1935), es la mejor biografía moderna, tanto desde el punto de vista de crítica, como de estilo. Hay que mencionar también las vidas de San Pedro Fournier, escritas por Bedel (1645), Dom Vuillemin (1897), y el P. Rogie; ésta última es la mejor. El autor del prefacio de la biografía inglesa de la Beata Alix, habla de los excelentes métodos de educación empleados por las canonesas. San Pedro Fournier enseñaba la pedagogía a sus religiosas; en el artículo a él consagrado en este libro (9 de diciembre) se hace mención dc sus ideas pedagógicas.