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Beata Rosa de Viterbo, virgen

Cuando el ambicioso Federico II fue excomulgado por segunda vez por el papa Gregorio IX, el emperador respondió con una campaña militar destinada a conquistar los mismos Estados papales. En el año de 1240, había avanzado tanto, que tomó la ciudad de Viterbo, en la Romaña. Pocos años antes, una pareja de pobres trabajadores de Viterbo llevaron a bautizar con el nombre de Rosa, a su hija recién nacida. Aquella niña dio muestras, desde su edad más tierna, de una extraordinaria bondad natural. Su virtud y devoción infantiles impresionaron tanto a las gentes que la rodeaban que, posteriormente, se crearon diversas leyendas asombrosas que se mezclaron con su historia hasta el punto de que ahora resulta muy difícil separar la verdad de la fantasía.

En el curso de una enfermedad que sufrió Rosa cuando tenía ocho años de edad, tuvo en sueños una visión de Nuestra Señora, quien le dijo que debería vestir el hábito de San Francisco, pero sin alejarse de su casa, donde tendría que dar un ejemplo magnífico a familiares y vecinos, de palabra y de obra. Tan pronto como Rosa recuperó la salud, recibió el hábito de penitente y, por iniciativa propia, se entregó cada vez más a la contemplación de los sufrimientos de Nuestro Señor y a la consideración de la ingratitud de los pecadores. A los doce años de edad, inspirada tal vez por algún sermón que escuchó o por las ardientes palabras de algún güelfo, Rosa comenzó a recorrer las calles predicando para inflamar al pueblo a combatir a Federico II y amotinarse para arrojar de la ciudad a la guarnición de los gibelinos. Sus palabras simples y emocionadas no dejaron de producir su efecto, y éste se hizo más profundo a raíz de los rumores que circulaban con insistencia, sobre las maravillas que experimentaban muchos de los oyentes de Rosa. Desde entonces, las multitudes se congregaban frente a su casa, con la esperanza de oírla, hasta que el padre de la joven se asustó y le prohibió salir a la calle y mostrarse, bajo la amenaza de una despiadada paliza si desobedecía. A las amenazas de su padre, Rosa replicó tranquilamente: «Si Jesús fue golpeado por mi causa, yo puedo ser golpeada por causa suya. Yo sólo haré lo que Él me dijo que hiciera. No puedo desobedecerle». A instancias del párroco, el padre de Rosa levantó la prohibición y, durante dos años consecutivos, la chica predicó en pro de la causa del Papa en las calles de Viterbo. Entonces, los partidarios del emperador se alarmaron y comenzaron a intrigar para que Rosa fuera condenada a muerte, por ser una amenaza y un peligro para el Estado. El "podestá" (señor local) de Viterbo no quiso saber ni una palabra sobre esa conspiración, porque era un hombre de buenos sentimientos y porque temía las reacciones del pueblo. Pero en cambio, pronunció la sentencia de destierro contra Rosa y sus padres.

Entonces se refugiaron en Soriano, pero Rosa no dejó de predicar y, a partir del mes de diciembre de 1250, se dedicó a recorrer las calles, como una iluminada, anunciando, a voz en cuello, la próxima muerte del emperador Federico II. El día 13 de aquel mes, para asombro y admiración de todos los que habían escuchado sus vaticinios, el invasor murió en la Apulia. Inmediatamente después, el partido del Papa dominó la situación en Viterbo, y Rosa regresó triunfalmente a su ciudad natal. Existe la historia de que, antes de su regreso, confundió a una fanática mujer gibelina, apelando al "juicio de Dios". Al volver a Viterbo, intentó ingresar en el convento de Santa María de las Rosas, pero la madre abadesa se negó a admitirla por falta de dote. "Muy bien, dijo Rosa con una sonrisa amable. Por ahora no me queréis aquí, pero tal vez vuestra reverencia tenga mejor voluntad de recibirme cuando esté muerta". El párroco puso mucho empeño en ayudarla y llegó a construirle una capilla cerca del convento y una casa adjunta para que Rosa y algunas compañeras se entregasen a la vida religiosa; pero las monjas de Santa María recibieron una orden del Papa Inocencio IV para que clausuraran la nueva capilla y la casa, puesto que el convento de Santa María tenía el privilegio de ser el único en varios kilómetros a la redonda y no toleraba la competencia de ningún otro. Entonces regresó Rosa a la casa de sus padres, donde murió el 6 de marzo de 1252, a la edad de diecisiete años. Fue sepultada en la iglesia de Santa María en Podio, pero el 4 de septiembre de 1258, su cuerpo fue trasladado a la iglesia del convento de Santa María de las Rosas, como ella lo había vaticinado. En 1357, un incendio destruyó la iglesia hasta los cimientos, pero el cuerpo de la joven quedó intacto y, desde entonces, anualmente, el ataúd es llevado en procesión por las calles de Viterbo. Inmediatamente después de la muerte de Rosa, el Papa Inocencio IV abrió una encuesta sobre las virtudes de la doncella, pero su canonización no se pronunció sino hasta 1457.

Si acaso hubo alguna vez documentos contemporáneos sobre la vida de esta santa, se perdieron o desaparecieron en alguna forma, y la leyenda ocupa una buena parte de lo que ahora se presenta como su biografía. En el siglo dieciocho, los bolandistas recogieron lo que pudieron encontrar, pero no quedaron satisfechos con ello, como lo dicen en Acta Sanctorum, sept. vol. II. Sin embargo, los bolandistas nos conservaron resúmenes substanciales del proceso de canonización. Las biografías más conocidas son las de los escritores italianos Andreucci (1750) y Mencarini (1828) y, en años más recientes, la de L. de Kerval, en francés (1896 ) , traducida ya al alemán y al flamenco. En la serie Oratorian se incluyó, en 1882 una breve biografía en inglés y también hay una nota breve en la Auréole Séraphigae, de Léon, vol. tu, pp. 98-109. Un artículo del The Month de sept. de 1890, describe cabalmente la pintoresca fiesta de la santa en Viterbo y habla de la famosa "macchina" que se lleva en la procesión. G. Abate estudia profundamente las informaciones que hay sobre la santa en su libro Santa Rosa da Viterbo (1952).

N.ETF: el artículo del Butler habla de "canonización", y efectivamente la santa aparece como formalmente canonizada en una de las dos listas (la de Delooz) de santos oficialmente reconocidos antes de la Sacrada Congregación de Ritos. Sin embargo, tal como pasa en otros casos en los que el proceso lo menciona sólo Delooz, el Nuevo Martirologio Romano no parece que considere ese proceso como válido, y la inscribe como santa, pero con el asterisco de beata o confirmación de culto, pero no canonizada. Puesto que la edición española del Martirologio (2007) contiene muchos errores, es difícil saber si ese asterisco indica que debe aceptarse sólo el culto confirmado, o es un mero error tipográfico.