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Beata Sibilina Biscossi, virgen y reclusa

Se conservan de la beata Sibilina buenos testimonios: una «Vita» en manuscritos compilada poco tiempo después a partir de narraciones contemporáneas, y un resumen de su vida que recoge lo esencial.

Nació en 1287 de una buena familia, los Biscossi, en Pavía; sin embargo, queda huérfana desde niña de los dos padres, y así tiene que comenzar a servir en una casa para ganarse el sustento. A los doce años ocurre el acontecimiento determinante de su vida: queda ciega. Inmediatamente comienza a rogar a santo Domingo para que le obtenga de Dios la curación, con mucha confianza depositada en esa oración. Puesto que no recibe la cura que anhelaba y esperaba sinceramente recibir, le dice al santo: «¿Acaso no te has burlado de mí, en aquello que era una justa causa y que con tanta confianza te he pedido? devuélveme mis alabanzas y oraciones.» Tiene entonces una visión de santo Domingo, que le muestra primero una horrible oscuridad, y luego un lugar luminoso y claro, junto a la iglesia, con un hábito de la Orden Dominica de Penitencia.

Entiende así la joven la vocación a la que es llamada, y renunciando a todo, incluso al deseo de visión corporal, ingresa como penitente, en una clausura al lado de la iglesia de la Orden de Predicadores.

Permaneció en su penitente reclusión durante 64 años, nunca más volvió a salir de allí. Comía lo que le llevaban, y cambio de ello edificaba con la luz de su sabiduría, obtenida en la contemplación interior de la Cruz, a cuantos se acercaban a ella. Durante su vida de reclusión fue famosa por su don de profecía y sus visiones. Su propio nombre fue considerado profético, ya que deriva de «Sibila», videntes del mundo pagano, pero que en la Edad Media gozaban de prestigio también entre los cristianos, por los famosos "Oráculos Sibilinos", que se consideraba que contenían anuncios extrabíblicos de Cristo.

Murió el 19 de marzo de 1367, y fue enterrada en la propia iglesia donde estuvo su eremitorio, sin embargo más tarde fue trasladada a la catedral de Pavía, donde permanece hasta hoy. El cuerpo se mantuvo incorrupto durante siglos, y su tumba fue famosa por los milagros que allí se verificaban, especialmente en torno al primer domingo después de Pascua, fecha que se fue constituyendo en la habitual de las peregrinaciones hacia su tumba. El papa Pío IX confirmó su culto el 17 de agosto de 1854.

Ver Acta Sanctorum, marzo III, pág. 67ss, donde se reproducen tanto la versión breve de la vida como la extensa.