BFJFAYHMÍNAÓMÁR

Beatas Francisca Javiera Fenollosa Alcayna y Herminia Martínez Amigó, mártires

Nació en Rafelbuñol, Valencia, España, el 24 de mayo de 1901, hija de José Fenollosa y María Rosa Alcaina, campesinos terciarios franciscanos. Eran 10 hijos, familia cristiana, piadosa. Devota de la Sma. Virgen, perteneció a la Asociación de las Hijas de María, a diario rezaba el Rosario y leía el Evangelio, en medio de sus ocupaciones domésticas. Para hacerse religiosa debió vencer la oposición de su madre, que la consideraba su brazo derecho en el hogar. Ingresó en la Congregación de Hermanas Terciarias Capcuhinas en 1921, profesó el 11 de mayo de 1924. Enseñaba música a las niñas de la casa-familia y al mismo tiempo era maestra de novicias. Afable, simpática, alegre y devota. Se distinguía por su prudencia, ecuanimidad, simplicidad y humildad. Respetuosa de todos y de iniciativa. Cuidadosa en el cumplimiento de sus deberes, dada a la oración silenciosa, devota de la Eucaristía y de la Sma. Virgen. Aprovechaba las vacaciones en familia para hacer algún apostolado entre los jóvenes.

Al estallar la guerra civil española el 18 de julio de 1936, las hermanas fueron obligadas a abandonar el convento y refugiarse en casas particulares. Sor Francisca, consciente del peligro manifestó a su madre el miedo a la muerte, y su misma madre la animó a ser fiel a Cristo, que seguramente le daría la fuerza para enfrentar lo que se presentara. Detenidas el 21 de agosto de 1936, fueron sometidas a trabajos forzados, malos tratos y vejaciones. Al día siguiente fueron fusiladas las hermanas Rosario y Serafina en la carretera de Puzol (Valencia). Sor Rosario le entregó al asesino el anillo de su profesión diciéndole: “Tómalo, te lo doy como señal de mi perdón”. Luego éste, impresionado, decía: “Matamos a una santa! Matamos a una santa!”. Sor Francisca Javier, después de haber sido sometida a humillaciones y sufrimientos, detenida con su hermano José el 27 de septiembre,fue fusilada al día siguiente en el Cementerio de Gillet (Valencia). Antes de morir, dijo a sus asesinos: “Que Dios les perdone, como les perdono yo”. Y murió aclamando: “Viva Cristo Rey!”. De esta manera la Congregación ofrecía a Dios sus primicias y recibía el bautismo de sangre.