BGÓMK,PÍTYMÁR

Beato Gómidas Keumurgian, presbítero y mártir

A fines del siglo XVII y principios del XVIII, Constantinopla era un hervidero de política secular y eclesiástica, que produjo la reunión de diversos grupos de disidentes con la Iglesia católica. En unos casos el motivo fue el oportunismo, pero en otros lo fue verdaderamente el espíritu religioso. Desgraciadamente, el embajador de Francia, Carlos de Ferréol, carecía de discreción y, en su celo político y religioso, se mezcló demasiado en los asuntos eclesiásticos, azuzado por no pocos clérigos occidentales. Como era de esperar, la intervención de Ferréol ofreció un pretexto espléndido a los disidentes anticatólicos para denunciar ante las autoridades turcas la actividad de los franceses, y el resultado fue la persecución. Una de las víctimas fue Gomidas Keumurgian. Aunque la Iglesia no le hubiese beatificado, es evidente que fue un verdadero mártir, puesto que prefirió morir antes que unirse a los cismáticos o al Islam. También es cosa cierta que la imprudencia (por no decir algo peor) de ciertos católicos, proporcionó a los enemigos de la fe el pretexto para darle muerte, aunque seguramente que de no ser ése, hubiesen encontrado otro.

Gomidas nació en Constantinopla hacia 1656. Era hijo de un sacerdote armenio disidente y fue educado por un sabio prelado de esa confesión. Hacia los veinte años contrajo matrimonio. Después, continuó sus brillantes estudios, recibió la ordenación sacerdotal y fue nombrado ayudante en la gran parroquia armenia de San Jorge, al sur de Constantinopla. Su elocuencia, su desinterés y su profundo espíritu religioso, hicieron pronto de él una de las principales figuras del movimiento que favorecía la unión con Roma. A los cuarenta años, Gomidas abjuró de los errores del cisma ortodoxo, junto con su esposa y sus hijos. Según la costumbre del sitio y de la época, el P. Gomidas prosiguió su ministerio en San Jorge y empleó toda su influencia en predicar la unión con Roma. En la tarea le ayudaron al Venerable abad Mekhitar y el vartapet Katchatur. A los pocos años, otros cinco de los doce sacerdotes de San Jorge siguieron el ejemplo de Gomidas. A partir de 1695, los disidentes armenios empezaron a alarmarse cada vez más y provocaron a las autoridades contra sus hermanos católicos. La situación se hizo muy difícil, y los jefes del movimiento en favor de la unión con Roma, juzgaron prudente dispersarse por algún tiempo. Mekhitar emigró con su naciente congregación religiosa a Morea y después a Venecia.

El P. Gomidas se trasladó a Jerusalén. Allí apoyó al partido católico desde el gran monasterio armenio de Santiago y tuvo la desgracia de provocar la hostilidad de un tal Juan de Esmirna. En 1702, cuando murió el patriarca armenio de Constantinopla que había desatado la persecución, Gomidas regresó a la ciudad. Pero el nuevo patriarca, Avedik, no fue mejor que su predecesor. En efecto, nombró vicario suyo a Juan de Esmirna, y Gomidas tuvo que esconderse en casa de un amigo. Allí permaneció nueve meses, dedicado a escribir una paráfrasis en verso de los Hechos de los Apóstoles. Al fin de ese período, un movimiento político desterró a Avedik.

La paz reinó por algún tiempo. Aunque consiguió volver, nuevamente el patriarca Avedik cayó en desgracia acusado de ser «franco», y fue desterrado a Chipre (se llamaba «franco» a los católicos latinos, a los extranjeros y, menos frecuentemente, a los católicos de cualquier rito), de donde el embajador Ferréol le «trasladó» a Francia. En realidad, se trataba de un rapto. Este desmán de Ferréol provocó la cólera de los disidentes de Constantinopla, quienes obligaron a las autoridades a perseguir a los católicos. El P. Gomidas -hombre de aspecto impresionante, enérgico y valiente- no pudo permanecer oculto mucho tiempo. Fue arrestado en la Cuaresma de 1707, acusado ante Alí Bajá y condenado a las galeras. Pocos días después sus amigos consiguieron ponerle en libertad, mediante el pago de una multa de 500 piastras. El Viernes Santo, el P. Gomidas volvió a su parroquia, donde siguió predicando la unión con Roma frente a los sacerdotes que le habían denunciado. A pesar de que Juan de Esmirna, su viejo enemigo, había sido nombrado patriarca de Constantinopla, el beato se negó a huír o a refugiarse en la embajada francesa. El 3 de noviembre de 1707, fue nuevamente arrestado. Se le acusaba de ser «franco» y de haber provocado desórdenes entre los armenios en territorio turco. Alí Bajá confió el juicio a Mustafá Kamal, de Gálata. Era éste un canonista mahometano, quien sabía perfectamente que Gomidas era un sacerdote armenio y desconfiaba mucho de los acusadores. Así pues, exhortó solemnemente a los testigos, por Jesús y por María, a decir la verdad. Trece de los catorce testigos juraron que el prisionero era «franco», enemigo del sultán y perturbador del orden público. Una multitud de armenios, azuzados por el patriarca, pidió la muerte del prisionero. Mustafá Kamal informó al visir que Gomidas practicaba la religión de los «francos» y había exhortado a otros a abrazarla; pero dijo a los presentes: «De la pluma con que firme la sentencia va a brotar sangre».

En la prisión se privó a Gomidas de alimentos y bebida. Gregorio de Tokat dice: «Recordando la Pasión del Señor, había olvidado el hambre y la sed. Su amor por el Crucificado le hacía olvidar la suerte que le esperaba». Después de recibir los sacramentos, se despidió de su esposa, a la que dio su reloj y su anillo. Además, dio a un amigo diez piastras para que las entregase al verdugo. A la mañana siguiente fue conducido a la presencia de Alí Bajá, quien se hallaba sobre un diván en el antiguo pabellón de las mujeres, que todavía se conserva en Constantinopla. Después de oír la lectura de la sentencia, Gomidas protestó que era inocente y manifestó al visir que no tenía derecho a condenarle por motivos religiosos. Alí dijo entonces a Juan de Esmirna y a su clero: «Su sangre caerá sobre vosotros si habéis mentido». El patriarca replicó: «Caiga sobre nosotros y sobre los sacerdotes 'francos' que han pervertido a tantos de los nuestros». Alí dijo a Gomidas: «Como ves, te acusan de haber abandonado su religión». El mártir respondió: «Según tú, ¿cuál es la mejor de las religiones cristianas?» El mahometano replicó: «Las odio a todas por igual». Gomidas le dijo: «Entonces, ¿qué te importa que yo escoja una u otra?» Impresionado por la actitud del mártir y tal vez complacido por su franqueza, Alí le recordó que un infeliz obispo armenio había apostatado y le exhortó a abrazar la religión de Mahoma. Como el mártir se negase, fue condenado a muerte con otros dos confesores de la fe. En el camino al sitio de la ejecución le detuvieron dos veces los mensajeros de Alí para ofrecerle la libertad a cambio de la apostasía. La segunda vez, Irene, la hermana de Gomidas, irrumpió entre la multitud y le rogó que fingiese que aceptaba. En la encrucijada de Parmak-Kapu, en el barrio de Psamatia, se dio al beato la orden de arrodillarse. Así lo hizo él, vuelto el rostro hacia el oriente. Los guardias le ordenaron que volviese el rostro al sur, pero él no obedeció. El verdugo le ofreció la libertad por última vez. El P. Gomidas empezó a recitar la profesión de fe de Nicea, y el verdugo le cortó la cabeza de un solo golpe.

La conducta heroica del beato produjo gran impresión sobre todo entre los disidentes griegos y armenios. Cien años después, los católicos armenios eran ya tan numerosos en Constantinopla, que el nombre de católico se empleaba para designar a los cristianos del rito armenio. El mártir fue sepultado por el clero del rito ortodoxo griego, porque ningún sacerdote católico se atrevió a oficiar. Gomidas Keumurgian fue beatificado en 1929. Es sin duda el mártir más ilustre de Constantinopla desde la época de la persecución iconoclasta (siglo IX) y, probablemente, el primer sacerdote mártir a cuya ejecución asistieron su esposa y sus hijos. Uno de éstos, llamado también Gomidas, entró más tarde a servir al rey de Nápoles y adoptó el nombre de Cosme di Carbognano; sus descendientes conservaron el nombre, y alguna vez se aplica también al mártir.

Según parece, la mejor biografía es la de H. Riondel, «Une page tragique de l'histoire religieuse du Levant» (1929). Cf. acerca de esta obra Analecta Bollandiana, vol XLVIII (1930), pp. 450-451. Se encuentran ciertos datos de segunda importancia en Vallan Inglisian, «Der Diener Gottes Mechitar von Sebaste» (1929), y en la obra de Attwater, Book of Eastern Saints (1938), pp. 109-121.