BIDSJÉDL,R

Beato Isidoro de San José de Loor, religioso

Los santos pueden parecer todos iguales, pero al final vemos que no existe uno igual a otro. También Isidoro ofrece su vida al Señor en sacrificio y escribe a los suyos: «Los he dejado para vivir solo para el Señor y trabajar mucho por la salvación de mi alma, de la de ustedes y de las de muchos otros». Se le puede definir como un campesino santo. Nace en Vrasene (Bélgica) el 8 de abril de 1881 de una familia de campesinos. Es doblemente afortunado, primero porque sus padres se distinguen por la piedad, la rectitud moral y una conducta irreprensible. En segundo lugar porque «La agricultura ha sido creada por el Altísimo» (Sir. 7,15) y el trabajo de los campos es agradable a Dios. También en el convento se dedicará con pasión al trabajo del campo y escribirá: «Trabajar y plantar en el huerto me hace maravillosamente bien».

Es un joven robusto, activo y sociable; ayuda a la familia trabajando en el campo y el invierno con el tico como obrero de la empresa de pavimentación de las calles; canta en el coro de la parroquia y también es catequista. Participa asiduamente en la vida de la parroquia, se inscribe a la «Pía unión por el Vía Crucis semanal» y ama meditar la pasión de Jesús. Mientras va madurando la idea de ser religioso. Un sacerdote redentorista lo encamina hacia los pasionistas, por su amor a Jesús Crucificado. En abril de 1907, a los 26 años de edad, entra en el noviciado pasionista de Ere como religioso hermano.

Sufre mucho por la separación de su familia y padece un malestar. Él, que habla flamenco, debe hablar en francés, la lengua oficial en el convento. El 8 de septiembre de 1907 toma el hábito pasionista y un año después emite la profesión religiosa. Está feliz por su vocación. Escribe a sus padres: «Aquí todos somos iguales, del superior al más pequeño; todos en una misma mesa, en una misma oración, en un mismo reposo, en una misma recreación. Todos juntos trabajamos, según la condición de cada uno. Nos damos un servicio recíproco».

Su vida no cambia mucho; habituado desde su familia a ser un apóstol continúa a serlo también en el convento. «Cumpliendo todo por la gloria de Dios -escribe-, colaboro en la conversión de los pecadores y a difundir la devoción a la Pasión de Jesús y a los dolores de María. Mientras los sacerdotes van a predicar, nosotros los hermanos trabajamos para la comunidad; también el trabajo más insignificante se convierte en mérito para Dios y nuestra salvación. No anhelo, ni deseo otra cosa que sacrificarme enteramente por la salvación de las almas».

Humildad y paciencia son sus virtudes. «El trabajo, dice bromeando, me hace bien. Así cuando viene el diablo y me encuentra ocupado, se convence que no tiene nada que esperar de mí... y no le queda más que irse». Su vida es una continua búsqueda de la voluntad de Dios; sobre ella extiende su jornada y en ella encuentra paz y serenidad, en una continua acción de gracias. En la víspera de sus votos escribe: «Estoy por hacer mi profesión, únicamente para hacer la voluntad de Dios». Lo llaman «el hermano bueno, el hermano de la voluntad de Dios, la encarnación de la regla pasionista». Vive una rígida pobreza y escribe: «No poseo muchas cosas; solo tengo un crucifijo, una navaja de afeitar, un sacapuntas, un lápiz, pero no se como hacerles comprender la grande alegría que me llena viéndome libre de todo, para que mi corazón no ame sino a Jesús».

No falta el sufrimiento físico. En Junio de 1911, por un cáncer, le es extirpado el ojo derecho. Soporta todo con grande fuerza, tanto que el médico que lo opera exclama: «Este hombre deber ser un santo». Él escribe: «Me he confesado y en la comunión he ofrecido a Dios mi ojo por la expiación de mis pecados, por el bien espiritual y material de ustedes y por otras muchas otras intenciones. Me he abandonado cómodamente a la voluntad de Dios, sin entristecerme». El mal continúa su curso. Padece cáncer en el intestino y el médico advierte al superior las consecuencias fatales de la enfermedad. El superior hace conciente a Isidoro, el cual acoge la noticia con la habitual serenidad. Padece dolorosas operaciones. Exclama: «Debemos aceptar nuestros sufrimientos en unión con Jesús, que es para nosotros el modelo de abandono a la voluntad del Padre». Los familiares no podrán estar siempre con él para asistirlo, porque lo impiden los alemanes, que han ocupado Bélgica. Estamos en plena 1ª guerra mundial. Muere en octubre de 1916, a los 35 años.

El humilde y silencioso hermano pasionista se convertirá en una de las figuras más amadas y populares de Bélgica. Juan Pablo II lo ha declarado beato el 30 de septiembre de 1984.

Escrito por Francesco Valori.