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Beato Mancio Araki, mártir

Mancio Firozayemon Araki era persona de clase acomodada, nacido en el seno de una familia ya cristiana, que lo educó en la fe, haciendo de él un hombre de sólidas convicciones católicas. Vivía en la misma casa con su hermano Matías y decidieron ambos hermanos dar acogida en ella a los misioneros cristianos.

Por un lado su casa, situada en el pueblo de Coxinorxu, reino de Arima, estaba suficientemente alejada y discreta como para que pudiera pasar inadvertida la presencia en ella de algún sacerdote. Por otra parte, en el reino de Arima no se estaban urgiendo los decretos persecutorios contra el cristianismo. Pero cuando en abril de 1625 el rey de Arima visitó la corte imperial y vio cómo eran perseguidos los cristianos, cobró miedo de que su blandura se viera como desobediencia al Emperador y decidió entonces urgir la persecución en sus territorios.

Cuando esto se hizo público, los más de los cristianos se dispusieron al martirio, pero no faltaron apóstatas que querían a todo trance salvar la vida y se ofrecieron a delatar el paradero de los misioneros y de los que los ocultaban. Se hallaba en casa de Mancio y Matías el padre jesuita beato Francisco Pacheco, provincial de la Compañía en Japón. Un delegado del rey, sabiendo el paradero del P. Pacheco, se llegó al pueblo de Mancio y Matías, puso guardias en todas las salidas y se dirigió a la casa. El P. Pacheco, al conocer la presencia de los soldados, salió a la puerta de la casa, intentando evitar que Mancio y Matías fueran acusados de alojarle, pero ambos hermanos fueron obligados a salir y se les arrestó como al misionero. Los tres, junto con otros detenidos, fueron llevados a la cárcel y tuvieron una severa prisión. Mancio, enfermo de tuberculosis, empeoró notablemente, y pese a los ruegos de sus compañeros se le dejó morir en la cárcel, donde exhaló su alma el 8 de julio de 1626. Cuatro días más tarde su cadáver fue llevado a la colina de Nagasaki, donde sus compañeros fueron martirizados y el cadáver de Mancio quemado. Uno de los mártires, el beato Juan Tanaka, le dio un abrazo al cadáver en señal de veneración por el cuerpo de un mártir. Fue beatificado por el papa Pío IX el 7 de julio de 1867.