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Beato Solanus Casey, religioso presbítero

El Padre Solanus Casey de la Orden de los Frailes Menores Capuchinos nació el 25 de noviembre de 1870 en una finca en el estado de Wisconsin en los Estados Unidos de Norte América. Sus padres de descendencia irlandesa lo llamaron Bernado. Fue el sexto hijo de la familia de diez niños y seis niñas. Después de salir de la casa de sus padres, Bernado trabajaba en los estados de Wisconsin y Minnesota como maderero, practicante en un hospital, conductor de un tranvia y guardia en una cárcel.

A la edad de 21 años, Bernardo se matriculó en la escuela secundaria del seminario de San Francisco de la arquidiócesis de Milwaukee para empezar sus estudios en preparación para el sacerdocio diocesano. Cinco años más tarde decidió entrar en la vida religiosa. Lo recibieron los Capuchinos en Detroit, Michigan, en 1897 y le dieron su nombre religioso de Solanus (Francisco Solano).

Ordenado sacerdote en 1904, el Padre Solanus pasó veinte años en la ciudad de Nueva York, en Harlem y Yonkers. En 1924 se trasladó al monasterio de San Buenaventura en Detroit, donde trabajaba por otro veinte años. En 1945 regresó a Nueva York por un año. De 1946 hasta 1956 estuvo en Huntington, Indiana. En 1956 fue designado otra vez a San Buenaventura en Detroit.

El Padre Solanus dio su vida al servicio del pueblo de Dios. En el despacho de los conventos se encontraba con miles de personas de todas las clases, edades, y condiciones. Buscaban sus oraciones y consejos en tiempos de dificultades y sufrimientos. Muchos han atribuido a sus oraciones favores recibidos. El mostraba su amor para Dios amando al pueblo de Dios. Siempre estaba listo y dispuesto a escuchar a todos en cualquier hora del dia o de la noche. No quería nada en recompensa sino que siempre pedía que la gente amara y ayudara a las misiones de la Iglesia.

Durante su última enfermedad dijo, “Ofrezco mis sufrimientos para que todo el mundo sea uno. Que yo pudiera ver la conversión de todo el mundo!” Momentos antes de morir se levantó en su cama y exclamó, “Doy mi alma a Jesucristo.” A los 86 años murió en Detroit el 31 de Julio de 1957 y está sepultado en el Monasterio de San Buenaventura.