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Beatos Jacinto Serrano López y Santiago Meseguer Burillo, religiosos mártires

Jacinto Serrano López nace en Urrea de Gaén, provincia de Teruel, el 10 de julio de 1901. Huérfano de madre a poco de nacer y de padre a los seis años, ingresa a los doce años en la escuela apostólica de la Orden de Predicadores en Solsona. De allí pasará al noviciado y pronunciará los votos religiosos en 1917; haciendo la profesión solemne en 1920 y ordenándose sacerdote el 5 de abril de 1924. Es llamado a ejercer la docencia en el seminario menor dominicano de Calanda y en el Estudio general de Valencia. Estudia en la Universidad y se licencia en Física y Química. Proyecta su apostolado en el ejercicio del ministerio como predicador, dando conferencias apologéticas, tan oportunas entonces. Dirige la revista Rosas y Espinas. Colabora en la Revista Contemporánea, y se le confía la dirección de la Asociación de la Beata Imelda. En esta asociación se hacía una magnífica obra de catequesis y ayuda a los niños más pobres, a cargo de las señoritas miembros de la misma. Es elegido vicario provincial. Llegada la revolución de julio de 1936 se ocupa de la evacuación a Francia de los religiosos, pero él permanece en Barcelona atento a las vicisitudes del resto de los religiosos. Por fin es arrestado a mediados de noviembre de aquel año por unos paisanos suyos que se desplazaron desde Urrea. Es encerrado unos días en el castillo de Montjuic; luego es trasladado a La Puebla de Híjar, encarcelado y sometido a interrogatorio. Llevado a fusilar se volvió a quienes le iban a matar y gritó con mucha fuerza: «Viva Cristo Rey».

Jaime Meseguer Burillo nace en Híjar, Teruel, el 1 de mayo de 1885. Ingresa en el convento de la Orden de Predicadores en Corias (Asturias) y en 1905 es ordenado presbítero en Salamanca. Se encontraba en Barcelona cuando empezó la revolución. Se esconde durante casi cuatro meses en casas de amigos. A finales de noviembre es asesinado con otros detenidos en la cárcel de El Clot, aunque se ignora la fecha exacta. Fue beatificado, al igual que Jacinto, el 11 de marzo de 2001 por el papa Juan Pablo II.