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Beatos Miguel Carvalho, Pedro Vázquez, Luis Sotelo, Luis Sasanda y Luis Baba, religiosos mártires

El beato Miguel Carvalho, nacido en Braga (Portugal), en 1577, ingresó al noviciado de la Compañía de Jesús veinte años después y, en 1602, a pedido suyo, fue enviado a la India. Allá, en el Colegio de Goa, se mostró tan útil para la enseñanza que, por obediencia, se quedó quince años, preparando a otros para el trabajo de las misiones que él tanto anhelaba desempeñar. Cuando por fin pudo realizar sus deseos, emprendió una travesía extremadamente accidentada (el barco naufragó en Malaca; desde ahí, el sacerdote pudo llegar a Macao, pero entonces se le llamó para que regresara a Manila, en las Filipinas) y, tras muchas peripecias, tocó tierras japonesas con el disfraz de soldado. A pesar de la persecución, se las arregló para ejercer su ministerio entre los cristianos de la isla de Amakusa, frente a Nagasaki. Cierta vez, cuando acudió a un llamado para oír confesiones en otra provincia, fue traicionado por un espía y capturado. Durante más de un año estuvo en la prisión, encadenado y con grilletes, pero se las arregló para enviar cartas -algunas de las cuales se conservan todavía- para poner de manifiesto, tal vez involuntariamente, su ardiente deseo de entregar la vida a la causa de la fe, en cualquier forma que los perseguidores pudieran inventar.

Su reclusión fue compartida por el sacerdote dominico español beato Pedro Vázquez y por tres franciscanos que se llamaban Luis: el japonés, beato Luis Sasanda (cuyo padre, Miguel, también fue mártir) ingresó a la Orden de Frailes Menores en México y fue ordenado sacerdote en Manila, en 1622; el beato Luis Baba era un catequista japonés que había estado en Europa con el padre Sotelo, en el viaje que seguidamente comentaremos; en realidad no era franciscano, pero vestía el hábito de esos monjes en la prisión.

El beato Luis Sotelo era un hombre muy notable y un misionero muy hábil. En 1603 llegó al Japón y, después de haber predicado ahí durante diez años para obtener gran número de conversiones y abrir vastos territorios vírgenes a la enseñanza del Evangelio, emprendió un viaje: el poderoso daimyo Date Masainune envió al sacerdote junto con Hasekura Rokuyemon a la cabeza de una numerosa delegación, para entrevisar al rey de España y al Papa Paulo V. Al pasar por México en ruta hacia Europa, el Sábado de Gloria de 1614, setenta y ocho miembros de la delegación recibieron el bautismo (después, todos ellos renegaron de la fe). El padre Sotelo acompañó a los embajadores durante todo su recorrido por España e Italia, desempeñando una tarea que requería mucho tacto y que mereció elogios para el sacerdote franciscano, ya que la misión de la embajada comprendía importantes consideraciones tanto eclesiásticas como de la política secular (esta última vis-á-vis de la dominación de los holandeses en el Lejano Oriente). Pero el padre Sotelo se detuvo en México a su regreso y no volvió al Japón hasta 1622, cuando la persecución alcanzaba su punto culminante; dos años después obtuvo la corona del martirio.

Los cinco fueron quemados vivos lentamente en Simabura, el 25 de agosto de 1624. Fueron beatificados en el conjunto de 205 mártires de la persecución religiosa en Japón el 7 de julio de 1867, por el papa Pío IX.

Noticia extraída del largo e interesante artículo del Butler-Guinea sobre los mártires del Japón; las partes se encuentran en los días 5 de febrero, 1 de junio y 10 de septiembre.