SAÁN,SDA

San Abrahán, santo del AT

La figura de Abraham es de las de gran peso y relevancia para todo creyente, del momento en que lleva el elocuente título de «nuestro padre en la fe». El elogio del Martirologio Romano sintetiza en pocos pero muy certeros trazos, esos aspectos que hacen de Abraham una figura que no podemos dejar de recordar: peregrino por llamada directa de Dios, esperó contra toda esperanza, y -a pesar de lo contradictorio de la exigencia- no regateó a Dios su único hijo, Isaac, finalmente librado vicariamente con el sacrificio de un carnero. Todos estos hechos se encuentran narrados en el «ciclo de Abraham», es decir, en los capítulos 12 a 25 del Génesis. Sin embargo, si quisiéramos tener un panorama de la figura histórica de Abraham, por ejemplo de en qué años vivió, cómo era la cultura que lo rodeaba, su religiosidad, etc. nos encontraríamos con barreras difícilmente superables. Es que aunque las anécdotas que narra Génesis parecen muy concretas, porque despliegan detalles que dan la impresión de que el narrador estaba allí, en realidad están todas contadas en función y con la vista puesta en una situación religiosa muy posterior; aunque se basen en material tradicional transmitido oralmente, esas narraciones no han visto su forma escrita sino más de 1000 o 1500 años después de la época de Abraham. Si a nosotros, con todas nuestras herramientas documentales, nos cuesta hacernos una composición de lugar de cómo vivía la gente, por ejemplo, en la Edad Media, y muchísimas veces, queriendo narrar esos períodos terminamos extrapolando nuestra propia época y nuestros propios problemas, imaginemos lo que no ha extrapolado el (los) narrador(es) bíblico(s) al contar los orígenes de la fe de israel.

Por todo ello, cuando los estudiosos se plantearon más seriamente, a partir del siglo XIX, hacer un cuadro histórico de la vida patriarcal, y comenzaron por despojar de las narraciones del Génesis todo aquello que respondía a inquietudes religiosas propiamente bíblicas, y por tanto posteriores, resultó que lo que quedaba en pie como «dato», y no como interpretación, era... prácticamente nada. Así que la primera reacción de los estudiosos fue declarar que la historia patriarcal era enteramente ficticia, que a lo sumo reflejaba las cuestiones y contradicciones históricas del período en que se escribió (que se situaba en ese momento hacia el siglo IX antes de Cristo), y de ninguna manera hacía referencia a personajes que hayan existido históricamente, o que pudiéramos llegar a conocer de alguna manera (Wellhausen). Algunos llegaron más lejos, afirmando que las figuras de los patriarcas escondían en realidad referencias veladas a mitos cósmicos. Todo esto llega muchas veces de manera sesgada y escandalosa al «gran público» -y habitualmente también muchísimos años después-, que pierde así el fondo de la cuestión, que no es la certeza de lo que se afirma o se niega a cada momento sobre un personaje -en este caso sobre los patriarcas-, sino cómo asir, cómo acercarnos de manera fiable a unas «historias bíblicas» que nos hablan de un Dios que es «Señor de la historia».

Precisamente ese extremo de ficcionalidad que se llegó a declarar respecto de Abraham, Isaac y Jacob, llevó a muchos estudiosos a revisar más y mejor la historia patriarcal, que la creíamos tan llana y sabida, y así, por esa renovada atención que le prestaron los grandes biblistas de la primera mitad del siglo XX (Lagrange, más tarde de Vaux, y muchos más) se llegó no sólo a poder afirmar, sino a poder razonablemente dar por probado lo que hoy es doctrina común sobre los patriarcas de Israel, y que sintetizo en que «...la descripción bíblica de los patriarcas y su tiempo es notablemente exacta, demasiado como para considerarla un invento o desecharla por carente de toda base histórica. Hubiera sido imposible componer tales episodios en Israel a menos que se contara con ciertos recuerdos históricos válidos que servían de nexo con el pasado» (CBSJ V, pág. 456). ¿Significa esto que sabemos sobre Abraham sus datos familiares, de filiación, por ejemplo, a través de la genealogía, o de creencias, a través de las referencias a Dios en los relatos? No, de ninguna manera. Pero al menos sabemos que el ambiente que se nos describe en torno a los patriarcas corresponde efectivamente al que podían llevar unos pastores nómadas que se movían entre Mesopotamia y Egipto entre el 2000 y el 1700 antes de Cristo, que el tipo de culto religioso que practicaban tiene contexto. Cuando leemos, por ejemplo, el episodio de los ídolos familiares de Labán, robados por Jacob (Gn 31), no podemos dejar de sentir cierta sorpresa de una cuestión así en una historia que trata de cómo el único Dios se revela a lo largo de generaciones a los hijos de Israel. Sin embargo, un mejor conocimeinto del ambiente en el que se desarrolló la vida patriarcal muestra que la posesión de los íddolos familiares era una forma de título de propiedad, y por tanto entendemos tanto el interés de Raquel en llevárselos, como de Labán en recuperarlos. En fin, cada detalle del ciclo patriarcal nos evoca un ambiente concreto y real, aunque poco, o casi nada, pueda decirse de los individuos llamados Abraham, Isaac y Jacob, héroes de una saga demasiado pequeña e irrelevante en su propia época histórica como para que haya quedado de ellos otro vestigio que el de la persistente memoria familiar

Es dudoso -en realidad puede considerarse imposible- que Abraham creyera en el único Dios en el sentido bíblico y posterior del término... ¡esa conciencia de la unicidad de Dios la debemos a los profetas, más de 1000 años posteriores! Posiblemente el «Dios de Abraham» era un Dios tribal, vinculado a la protección y la identidad de un grupo minúsculo (al «Dios de Isaac» se lo llamará con el casi cómico nombre de «Padrino de Isaac», Gn 31,42). No entraba en la perspectiva de ninguno de estos grupos nómades que su Dios fuera único; suficiente con que cuidara del clan en las peligrosas noches de la trashumancia. Nosotros, con nuestra teología muy posterior, podemos considerar esos «Dioses», el de Abraham, el de Isaac, el de Jacob, etc. como hizo la teología de la propia Biblia: como expresiones incompletas del mismo Dios verdadero y oculto, revelado recién a partir de Moisés. Eso no desluce, al contrario, más bien enaltece, que un pequeño punto humano perdido en el desierto, como lo fue Abraham y los suyos, haya levantado la vista a la inmensidad de las estrellas y haya descubierto que, de alguna manera que él ni podía sospechar ni imaginar, todas esas estrellas se remitían a su «Dios portátil», y que su oscura vida iba a ser el inicio de una luz que llegara a iluminar a todos los hombres.

Nada mejor para evocar a Abraham que las palabras con las que Génesis 12,3 sintetiza, en boca del propio Dios, la significación del Patrirarca:

En un mundo siempre atomizado, dividido, no sólo incapaz de reconocer la unidad de Dios, sino incluso su propia unidad, no deja de ser significativo, y casi un anticipo de la Cruz, que el Dios de la historia haya escogido un personaje mínimo, inasible e insignificante, un punto perdido en el desierto para hacer de él el signo de la bendición.

Bibliografía: la historia patriarcal siempre sorprende, en cada época los estudios bíblicos parecen agotarla, y a la siguiente generación nuevas perspectivas se abren. La bibliografía sobre los Patriarcas es inmensa; no hay Historia de Israel que no trate específicamente la cuestión de los vestigios arqueológicos relacionadas con esa historia. Una aproximación inicial puede ser el Comentario Bíblico San Jerónimo (citado en el texto con su abreviatura CBSJ), tomo V, nº 74, Historia de Israel. Aunque más antiguo, sigue siendo de referencia el capítulo de las «Instituciones del Antiguo Testamento» de De Vaux dedicado al culto patriarcal (pág 382ss. de la edición castellana de Herder). En la sección de Biblia de la Bibioteca de ETF se hallarán estos títulos y otros útiles al mismo tema.
Imágenes: ícono ruso con Abrahaam, Sara y los tres «visitantes» de Gn 18, siglo XIX, y «Sacrificio de Isaac», de Rembrandt, 1635, hoy en el Hermitage de san Petersburgo.