SCMÍAH,RPÍT

San Clemente María Hofbauer, religioso presbítero

A san Clemente María Hofbauer se le llama algunas veces el segundo fundador de los redentoristas, porque fue el primero en establecer la Congregación de San Alfonso María de Ligorio al norte de los Alpes. Él, más que ningún otro, provocó la caída del «josefinismo», que trataba a los eclesiásticos como funcionarios del Estado y sujetos al poder secular. Nació en 1751, en Moravia, y fue bautizado con el nombre cristiano de Juan. Era el noveno de doce hijos de un ganadero y carnicero que había cambiado su apellido eslavo de Dvorak por el equivalente alemán Hofbauer. Desde pequeño, anhelaba llegar a ser sacerdote, pero la pobreza se interponía en su camino y, a la edad de quince años, se ganaba la vida como aprendiz de panadero; más tarde, fue empleado en la panadería del monasterio premonstratense de Bruck, donde su abnegación durante una época de hambre, le ganó la simpatía del abad, que le permitió asistir a las clases de latín en la escuela anexa a la abadía. Después de la muerte del abad, el santo vivió como un solitario, hasta que el edicto del emperador José en contra de los ermitaños lo obligó a desempeñar otra vez su antigua ocupación, esta vez en Viena. Dos veces hizo peregrinaciones a Roma, desde esa ciudad, en compañía de su amigo Pedro Kunzmann y, en la segunda ocasión obtuvieron permiso del obispo Chiaramonti, de Tívoli (después papa Pío VII) para establecerse como ermitaños en su diócesis. Sin embargo, pocos meses después, se le ocurrió que su trabajo debía ser el de un misionero, no el de un solitario, y en consecuencia regresó a Viena. Un día, después de haber ayudado la misa en la Catedral de San Esteban, se ofreció a conseguir un carruaje para dos damas que se habían refugiado en el vestíbulo cuando llovía, y este casual servicio lo llevó a realizar el deseo de su corazón, ya que las dos damas descubrieron que no tenía los medios para seguir los estudios para el sacerdocio y se ofrecieron a pagárselos, no sólo a él, sino también a su amigo Tadeo Hübl. Como la Universidad de Viena estaba infectada por la enseñanza racionalista, regresaron a Roma y allí experimentaron la atracción hacia los redentoristas y ambos pidieron ser admitidos en el noviciado.

El mismo san Alfonso, que aún vivía, se alegró mucho al saber que había unos recién llegados del norte, previendo el establecimiento de su congregación en Austria. Los dos amigos profesaron y se ordenaron en 1875. Juan Hofbauer, tenía entonces treinta y cuatro años de edad; al recibir el sacramento, tomó el nombre de Clemente. Éste y Tadeo fueron enviados en seguida a Viena, pero en vista de que el emperador José II, no contento con la expulsión de los jesuitas, había ya suprimido varios monasterios que pertenecían a diversas órdenes, resultaba inútil pensar en hacer allí una nueva fundación. Sus superiores encargaron entonces a Clemente que empezara una misión en la región de Courland y partió hacia el norte, en compañía de Tadeo Hübl. En el camino, san Clemente encontró a su viejo amigo Manuel Kunzmann, que seguía viviendo como ermitaño en Tívoli, pero que andaba entonces en peregrinación. El encuentro parecía providencial. Kunzmann, resolvió unirse a los dos misioneros como hermano lego, y así resultó ser el primer novicio Redentorista admitido al norte de los Alpes. En Varsovia, el nuncio papal puso a disposición de los viajeros la iglesia de San Benno. Había en la ciudad varios miles de alemanes católicos que, desde la supresión de la Compañia de Jesús, no habían vuelto a tener sacerdotes que hablaran alemán. En su ansiedad por retener a los rcdentoristas, el nuncio escribió a Roma y obtuvo que se postergara la misión en Courland, en vista del mucho trabajo que había en Varsovia. Los misioneros empezaron su tarea en la mayor pobreza: no tenían camas; Clemente y Tadeo dormían en una silla. Pidieron prestados los utensilios para cocinar y, como el hermano lego no sabía nada de cocina, Clemente se vio en la necesidad de ayudarlo. En los primeros días, predicaban en las calles, pero cuando el gobierno prohibió los sermones al aire libre, permanecieron en la iglesia de San Benno, que llegó a ser el centro de una continua misión. Entre los años de 1789 y 1808, el trabajo realizado por san Clemente y sus compañeros fue extraordinario. Se predicaban cinco sermones cada día; tres en polaco y dos en alemán, puesto que, si bien el trabajo de san Clemente estaba dedicado principalmente a los alemanes, él deseaba ayudar a todos. La obra entre los polacos recibió gran impulso después de admitirse el primer novicio polaco, Juan Podgorski. La iglesia de la Santa Cruz en los Campos fue entregada a Clemente y atendida desde San Benno; numerosos protestantes fueron atraídos a la Iglesia, y san Clemente tuvo especial éxito en la conversión de los judíos.

Además de este ministerio apostólico, el santo llevaba a cabo una gran obra social. Las constantes guerras habían dejado a las clases bajas sumidas en la miseria y la condición de muchos niños era digna de compasión. Para ayudarlos, abrió un orfanatorio cerca de la iglesia de San Benno y recogió limosnas para su sostenimiento. En una de sus correrías para solicitar ayuda, un hombre que jugaba a las cartas en una taberna contestó a su petición, escupiéndole en el rostro. San Clemente, sin perturbarse, dijo: «Ese fue un obsequio personal para mí, ahora, por favor, deme algo para mis niños pobres». El hombre que lo había insultado llegó a ser después uno de sus penitentes regulares. Se fundó también una escuela para niños, en tanto que confraternidades y otras asociaciones ayudaban a asegurar la permanencia de la buena obra empezada. Como su comunidad crecía, empezó a enviar fuera misioneros y a establecer casas en Courland, así como en Polonia, Alemania y Suiza; pero todas ellas tuvieron que ser eventualmente abandonadas, debido a las dificultades de la época. Después de veinte años de intensa labor, san Clemente tuvo que dejar también su obra en Varsovia, a consecuencia del decreto de Napoleón que suprimió las órdenes religiosas. El año anterior, el santo había perdido a su amado amigo, el padre Hübl, que murió de tifus, contraído cuando administraba los últimos sacramentos a algunos soldados italianos. Un agente de la policía arriesgó su vida para advertir a los Redentoristas que les amenazaba la expulsión. Así, pudieron prepararse a recibir la notificación oficial, que llegó el 20 de julio de 1808. Inmediatamente se entregaron a las autoridades, que les encarcelaron en la fortaleza de Cüstrin, a orillas del Oder. Era tanta la influencia de los Redentoristas entre los que los conocían, que a diario se formaban grupos, dentro y fuera de la fortaleza, para oírles cantar los himnos, hasta que las autoridades decidieron mandarlos lejos para que no hubiera tantas conversiones. Se decidió que la comunidad se disolviera y que cada miembro regresara a su país natal. Sin embargo, san Clemente determinó establecerse en Viena, con la esperanza de fundar una casa religiosa allí, en caso de que se derogaran las leyes de José II. Después de grandes dificultades, incluyendo otro encarcelamiento en la frontera austríaca, logró llegar a la ciudad donde habría de vivir y trabajar los últimos doce años de su vida.

Al principio, trabajó oscuramente entre los italianos radicados en Viena; pero poco después, el arzobispo lo nombró capellán de las monjas ursulinas y rector de la iglesia adjunta a su convento. Allí tenía libertad para predicar, oír confesiones y cumplir con todos sus deberes sacerdotales y bien pronto, desde este centro, se inyectó nuevo vigor a la vida religiosa en Viena. Su confesionario era materialmente asediado, no sólo por la gente pobre y sencilla, sino por los ministros de Estado y profesores de la Universidad. Como uno de sus biógrafos hace notar: «Por la simple fuerza de su santidad, él, un hombre a quien se había negado la oportunidad de adquirir amplia cultura intelectual, tenía tal ascendencia sobre la manera de pensar de sus contemporáneos, que fue considerado como un oráculo de sabiduría por los que estaban a la cabeza del movimiento intelectual, tanto en el mundo político como en el literario». Fueron en realidad san Clemente María Hofbauer, sus amigos y sus penitentes, entre los cuales se contaba el príncipe Luis de Baviera, los que impidieron en el Congreso de Viena el intento de crear una Iglesia nacional alemana, independiente del Pontífice romano. El santo se interesó especialmente en la difusión de la buena literatura, pero quizá su obra cumbre fue el establecimiento de un colegio católico que llegó a ser un don inestimable para Viena, puesto que, además de proporcionar muchos sacerdotes y monjas, dio seglares bien instruidos, que después ocuparon importantes cargos en todas las carreras civiles. Durante toda su vida, san Clemente tuvo gran devoción por los enfermos, a quienes consolaba con su palabra; se dice que visitó a dos mil enfermos en su lecho de muerte. Los ricos y los pobres lo solicitaban y él jamás desatendió un llamado. Tuvo especial amistad con los monjes católicos armenios mequitaristas que llegaron a Viena; y en sus tratos con los protestantes le ayudó mucho la idea de que, como escribió en una carta al padre Perthes, en 1816, «si la Reforma en Alemania crece y se sostiene, no es precisamente por los herejes y filósofos, sino por hombres que verdaderamente ambicionaban una religión interior».

A pesar de sus buenas obras y de su espíritu apostólico, san Clemente fue objeto de frecuentes persecuciones por parte de los adictos al «Josefinismo», y la policía lo vigilaba continuamente. Refería, en 1818, que «el pietismo y fanatismo se estaban poniendo de moda. Sin embargo, el confesionario es el factor de oposición que mantiene viva esta moda»; y parece en verdad que su trabajo como confesor y director fue la principal fuente de influencia que hizo de san Clemente Hofbauer «el apóstol de Viena». Una vez se le prohibió predicar, y sus oponentes, después de fracasar en sus intentos ante el Congreso de Viena, lo acusaron de ser un espía que informaba a Roma todo lo que se hacía en el imperio. El canciller de Austria preguntó si podría ser expulsado, pero Francisco I recibió tan buenos informes acerca de Clemente, dados por el arzobispo y por el Papa Pío VII, que no solamente prohibió cualquier futura molestia a los Redentoristas, sino que, en una entrevista con el santo, le habló alentadoramente de las probabilidades de un reconocimiento legal de su congregación. El santo había conseguido prácticamente sus dos principales objetivos: la fe católica estaba en auge una vez más y su amada congregación estaba a punto de ser firmemente arraigada en suelo alemán. Él no vivió para ver realizadas sus esperanzas, pero estaba plenamente satisfecho. «Los asuntos de la congregación no quedarán resueltos sino después de mi muerte», dijo. «Solamente hay que tener paciencia y confianza en Dios. Apenas haya exhalado mi último aliento, cuando ya tendremos casas en abundancia». La profecía iba pronto a cumplirse. Ya cerca de su fin, en 1819, san Clemente sufría a causa de varias enfermedades, pero trabajaba tan intensamente como siempre. El 9 de marzo, insistió en ir caminando, a pesar de una tormenta de nieve, para cantar una misa de Requiem por el alma de la princesa Jablonowska, que lo había ayudado grandemente cuando estuvo viviendo en Varsovia. Estuvo a punto de desmayarse en el altar y, al regresar a casa, cayó en cama, de donde no se levantó más. Allí, seis días más tarde, exhaló el último suspiro en presencia de muchos de sus amigos. Toda Viena se aglomeró en las calles para rendirle homenaje, cuando su cuerpo fue llevado por doce de sus más queridos discípulos a la catedral, a través de las grandes puertas, que solamente se abrían en las ocasiones más solemnes. Fue canonizado en 1909.

Existen excelentes biografías en alemán de A. Innerkofler, M. Meschler y M. Haringer, pero la mejor es la de J. Hofer, Der heilige Klemens María Hofbauer: Ein Lebensbild. (1921). Mucha información puede ser recogida de Life of St. Alphonsus Liguori por Fr. H. Castle, y existen relatos ingleses por Fr. O. R. Vassall Phillips y Fr. J. Carr. Ver también un artículo por W. C. Breintenfeld en The Tablet, 5 de enero, 1952, pp. 7-9, y E. Hosp, Der hl. K. M. Hofbauer (1951).