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San Clodoaldo, presbítero

A la muerte de Clovis, rey de los francos, en el año 511, el reino se dividió entre sus cuatro hijos, de los cuales el segundo era Clodomiro. Trece años más tarde, éste pereció en una lucha contra su primo Gondomar, rey de Borgoña (el monarca que había asesinado anteriormente a san Segismundo de Borgoña), el que dejó tres hijos para que compartieran sus dominios. El más joven de estos hijos de Clodomiro era san Clodoaldo, un nombre que en francés se pronuncia Cloud, y cuyo nombre aparece en una ciudad grande llamada Saint-Cloud, cerca de Versalles. Los tres niños crecieron bajo los cuidados de su abuela, santa Clotilde, la viuda del rey Clovis, quien les dedicó toda su ternura y solicitud en su casa de París, mientras el reino era administrado por su tío Childeberto. Cuando Clodoaldo tenía ocho años, su tío fraguó una conspiración, junto con su hermano menor, Clotario de Soissons, para deshacerse de los tres príncipes a fin de quedarse con el reino. Un pariente de Childeberto fue enviado a la casa de Clotilde para exigirle que eligiera entre la alternativa de que sus hijos fueran asesinados, o bien recluidos para siempre en algún monasterio. El mensajero desvirtuó de tal manera la respuesta de la angustiada reina, que ésta apareció como si hubiese elegido la muerte de sus hijos, por lo que, sin pérdida de tiempo, Clotario cogió al mayor, Teobaldo y lo apuñaló. El segundo príncipe, Gunther, huyó aterrorizado a buscar refugio junto a su tío Childeberto, quien se hallaba temblando de miedo, conmovido por la brutal matanza y trató de protegerlo. Pero Clotario, ajeno a todo sentimiento de piedad, arrancó al niño de los brazos de Childeberto y lo mató también.

El único que escapó fue Clodoaldo, que fue llevado a toda prisa lo más lejos posible para que viviese oculto en Provenza. Childeberto y Clotario compartieron el fruto de su espantoso crimen, y Clodoaldo no hizo ningún intento para recuperar el reino cuando llegó a la mayoría de edad. Ya había visto bastante de lo que era la política para despreciarla, lo mismo que las vanaglorias del mundo y, voluntariamente, se retiró desde muy joven a la celda de un ermitaño. Al cabo de algún tiempo de vida solitaria, se puso bajo la dirección y la disciplina de san Severino, un eremita que vivía cerca de París; después pasó a Nogent, en las riberas del Sena, donde construyó su ermita en el lugar donde ahora se encuentra la ciudad de Saint-Cloud. El santo no se dio tregua en la tarea de instruir a las gentes de toda la comarca circunvecina y terminó sus días en Nogent, alrededor del 560, cuando no tenía más de treinta y seis años de edad.

Por un juego de palabras en su nombre, puesto que Cloud se pronuncia igual que "clou", que significa clavo, al santo se le venera en Francia como patrón de los fabricantes de clavos. Disgustado, con toda razón, por la monstruosa brutalidad de la política merovingia, ilustrada por el asesinato de los hijos de Clodomiro, Alban Butler agrega la siguiente reflexión de Pico della Mirandola, humanista del siglo XV: «Algunos piensan que la mayor felicidad de un hombre en este mundo es gozar de las dignidades y poderes y vivir entre las riquezas y esplendores de una corte. Vosotros sabéis que ya he tenido mi parte de todo esto; pero os aseguro que mi alma ya no puede encontrar verdadera satisfacción más que en el retiro y la contemplación. Estoy convencido de que si los cesares pudiesen hablar desde sus tumbas, declararían que Pico es más feliz en su soledad que ellos lo fueron en el gobierno del mundo; y si los muertos pudiesen volver a la vida, eligirían los dolores de una segunda muerte antes que arriesgar su salvación de nuevo en los puestos públicos».

Hay una biografía, editada con notas críticas por B. Krusch en Monumenta Germaniae Historica, Scriptores Merov., vol. II, pp. 350-357, la misma que, en fecha anterior editó Mabillon con los bolandistas. Pero como esa biografía admite que su nacimiento no se remonta más allá del siglo nueve, los datos proporcionados por san Gregorio de Tours y reproducidos en Acta Sanctorum son más dignos de crédito. El libro «Saint Cloud: prince, moine, prétre» (1922) de J. Legrand, es una historia muy agradablemente escrita y con todos los datos necesarios.