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San Lorenzo de Siponte, obispo

La sede de Siponto (que en la actualidad se llama Manfredonia, desde 1256, en honor del Rey Manfredo) quedó a finales del siglo V, luego de la muerte de su obispo Félix, vacante por un año, a causa de las luchas políticas. Pero vuelta la paz, los sipontinos enviaron una delegación a Constantinopla para pedir un sucesor. Esto debió haber ocurrido en los últimos años del siglo, pero cuando Siponte estaba aún bajo la órbita de Bizancio, ya que precisamente desde el siglo V hasta el VIII la zona estuvo más bien bajo dominio romano.

El emperador de Oriente, Zenón, vivo aún en el 491, designó a su pariente Lorenzo, el cual aceptó y partió llevando consigo las reliquias de san Esteban y de santa Ágata. En este punto las noticias divergen, y una dice que él fue consagrado obispo en Constantinopla, mientras que la otra afirma que fue primero a Roma para ser consagrado por el papa Gelasio I (492-496).

Hecho obispo de Siponto, ciudad estratégica por su posición sobre el Adriático, el nombre de Lorenzo, además de sus méritos como pastor de almas, quedó unido a un hecho importante en la tradición religiosa durante siglos: la aparición del Arcángel Miguel sobre el monte Gargano.

Era cerca del año 490 y un propietario del lugar, de nombre Elvio Emanuel, había perdido el más bello toro de su ganadería, después de una larga búsqueda lo encontró escondido dentro de una caverna inaccesible. Visto que no podía hacerlo salir, decidió matarlo, y tomó una flecha de su aljaba, pero la flecha, inexplicablemente, en vez de darle al toro le dio al tirador. Confundido, fue a contarle el suceso al obispo; el obispo prescribió tres días de oración y ayuno, y al tercer día el arcángel san Miguel se le manifestó al obispo para indicarle que se consagrara esa gruta al culto cristiano. Pero Lorenzo dudó en darle crédito al pedido de san Miguel, porque en la montaña donde se encontraba estaba aún muy vivo el culto pagano.

Después de dos años Siponto fue asediada por el bárbaro Odoacro; las fuerzas cristianas estaban ya cercadas, pero san Lorenzo consigió del rey una tregua de tres días, que los pobladores y el obispo emplearon más en oración y penitencia que en rearmarse para una batalla que consideraban perdida de antemano. En esa situación vuelve a aparecerse el Arcángel al obispo para decirle que le podría haber ayudado si ellos hubieran decidido atacar al enemigo. Inflamados de esa confianza, los sipontinos se defendieron de los sitiadores, y en medio de la batalla una súbita tempestad puso a los bárbaros a la fuga. La ciudad se salvó y el obispo con el pueblo subieron al monte a agradecer al arcángel san Miguel, pero aun así el obispo no quiso entrar a la gruta.

Esta misma vacilación lo llevó al año siguiente a consultar al papa Gelasio qué debía hacer, y el papa le ordenó ocupar aquella gruta y juntarse con el obispo de Puglia para consagrarla, después de tres días de ayuno. Pero el Arcángel se le volvió a manifestar al indeciso obispo indicándole que no era necesario consagrar la gruta porque ya había sido consagrada con su presencia, y que podía entrar y celebrar misa allí.

Dice la leyenda que cuando el obispo entró encontró un altar cubierto de pan, con una cruz de cristal. Hizo luego construir una iglesia a la puerta de la gruta, que dedicó a San Miguel el 29 de septiembre del 493. Hasta el año 1960 se celebraba litúrgicamente en el calendario romano la aparición del Arcángel en el Monte Gargano, fiesta que fue suprimida por SS. Juan XXIII (aunque su eliminación venía ya recomendada por el papa Benedicto XIV, hacia el 1750). El santuario fue famoso durante siglos en todo el Occidente, y algunas advocaciones de San Miguel del Monte tienen su probable origen en esta leyenda.

San Lorenzo hizo construir también otras iglesias, una de ellas en honor de san Juan Bautista. Predijo las inminentes incursiones de los godos; se encontró con el rey Totila, de quien obtuvo que Siponto fuera resguardada de la destrucción. Estuvo en contacto fraterno con el obispo de Puglia san Sabino, y murió en Siponto el 7 de febrero del 545.

Traducido, pero con algunas variaciones, en particular en el relato de la leyenda miguelina -de la que hay muchísimas versiones-, a partir de un artículo de Antonio Borrelli.