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San Lucas Casali de Nicosia, monje

Su «Vita» fue escrita probablemente por un monje de nombre Bonus, pero por desgracia el texto se ha perdido, aunque se conserva una redacción posterior de la misma, en lengua literaria. De acuerdo con ella Lucas nació en Nicosia, en Sicilia, en el siglo IX, y hacia los doce años fue acogido por un monje del monasterio de Santa María Latina de Agira (Enna), donde tomó el hábito, y luego fue ordenado sacerdote. Creció y se mostró tan lleno de virtudes, que la población de los alrededores se acercaba al monasterio para consultarlo. Ya adulto fue elegido abad del monasterio de Agira, pero él rechazó el nombramiento por humildad. Los monjes no se conformaron, e hicieron intervenir al papa, por lo que Lucas aceptó finalmente por obediencia.

Transcurrieron los años, en los cuales desplegó gran sabiduría y prudencia en el desarrollo de su mandato, hasta que fue golpeado por la ceguera, pero esta grave limitación -sobre todo en aquel tiempo- no le paralizó, sino que continuó con su apostolado, haciéndose acompañar de algunos hermanos. La leyenda cuenta que un día, cuando volvía de Nicosia a donde había ido a ver a sus parientes, le hicieron creer que había ante él una gran cantidad de fieles esperando su predicación; el santo predicó en voz alta, y luego dio la bendición, y las piedras respondieron con un sonoro «¡amén!». Los monjes que le acompañaban, arrepentidos, le pidieron perdón.

Vuelto al monasterio de Agira murió en olor de santidad, y fue enterrado en la iglesia de San Felipe. Su fama de santo creció tanto que su cuerpo fue depositado en la misma urna que san Felipe de Agira. En seguida se perdió el recuerdo de su sepulcro, pero no su culto, que continuó. En 1575, al cesar una epidemia de peste, el pueblo y el senado de la ciudad pidieron al papa el reconocimiento de Luca como patrono de la ciudad. Veinte años después, en 1596, durante unos trabajos de reestructuración en la iglesia, se volvieron a hallar los restos de san Lucas de Nicosia, de san Felipe de Agira y de Eusebio monje, evidentemente escondidos en tiempo de las invasiones sarracenas. En esa ocasión la ciudad de Nicosia pidió y obtuvo las reliquias del santo abad, que fueron trasladadas con toda solemnidad.

Muchas cuestiones históricas sobre la vida del santo están en discusión: algunos lo consideran muerto en el año 890, aproximadamente, mientras que otros lo sitúan hacia el 1164. De ningún modo parece que haya vivido antes de las invasiones árabes en Sicilia, que comenzaron en el 827. La orden religiosa a la que perteneció también es objeto de disputa, ya que mientras unos lo consideran benedictino, otros piensan que fue basiliano.

Adaptado para ETF de un artículo de Antonio Borrelli. Acta Sanctorum, marzo I, pág. 151-2 discute los distintos problemas, y reproduce la mencionada Vita. Los Bollandistas se inclinan por considerarlo basiliano, que era lo habitual en esos siglos en el sur de Italia.