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San Nuncio Sulprizio, laico

Sólo una vida de sufrimiento ha distinguido la bella, pura, simple alma de este joven obrero, revestida con paciencia y confianza en la voluntad de Dios. Nació en Pescosansonesco, en la provincia de Pescara, el 13 de abril de 1817, y enseguida el sufrimiento asomó en su frágil vida: sus padres murieron a poco tiempo uno del otro, dejándolo solo; la abuela materna Ana Rosaria lo llevó consigo.

Cuando tenía nueve años, también la abuela murió (es necesario recordar que la expectativa de vida en aquella época no era muy larga); lo llevó consigo como aprendiz de taller su tío Domingo, hermano de la madre. El taller de herrería representaba un trabajo excesivamente pesado para el frágil jovencito, y se le declaró una dolorosa enfermedad en la tibia de la pierna izquierda, que lo obligó en 1831 a permanecer tres meses en el hospital de San Salvador en L'Aquila. Vuelto al taller no del todo recuperado, no pudo continuar con el trabajo, por lo que otro tío, Francisco Sulprizio, en 1832, lo envió a Nápoles con ayuda del Coronel Félix Wochinger, que le tomó cariño como a un hijo, y por su mediación Nuncio pudo ser recibido en el hospital de Incurables.

En 1834 el coronel, para poder atenderlo mejor, lo llevó consigo al Maschio Angioino, en la actualidad el más bello castillo de Nápoles, que se usaba en aquel momento como cuartel. No le faltaron en el nuevo traslado sufrimientos siempre soportados con paciencia. Preciso en todo, escribió una Regla de vida que observó con fidelidad, buscando no caer ni en el más pequeño defecto, y aferrándose con amor a la Madre Celestial.

En el otoño de 1835 los médicos decidieron amputarle la pierna, pero debieron renunciar por el extremo avance en el que se encontraba la enfermedad, que le procuraba dolores terribles, hasta que el 5 de mayo de 1836 murió, con sólo 19 años. Fue sepultado en la iglesia de Santa María Abogada, pero su cuerpo permaneció expuesto por cinco días al homenaje de quienes sabían de su doloroso Vía Crucis, y de su increíble paciencia y ofrecimiento del dolor.

El desconocido joven, venido de los Montes Abruzzos, con la cualificación de obrero del hierro, reclamó con sus sufrimientos la atención de la Iglesia: Pío IX en 1859 lo declaró venerable, León XIII lo propuso como modelo a la juventud obrera, Juan XXIII aprobó el decreto de sus milagros, Pablo VI, el 1 de diciembre de 1963, lo declaró beato delante de todos los obispos participantes del Concilio Vaticano II, y Francisco o canonizó el 14 de octubre de 2014, en la misma ceremonia en que canonizó a Pablo VI. Sus restos fueron trasladados a su pueblo natal, Pescosansonesco, donde ahora son venerados por el pueblo al que pertenecía.

Traducido para ETF de un artículo de Antonio Borrelli.