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San Perpetuo de Tours, obispo

San Perpetuo sucedió a Eustoquio en la sede de Tours. Durante los treinta o más años que gobernó la diócesis, luchó mucho por propagar la fe, imponer la disciplina y determinar los ayunos y fiestas en su territorio. Entre otras cosas, decidió que se observara el ayuno un día por semana, probablemente el lunes, desde la fiesta de San Martín hasta la Navidad. San Gregorio de Tours, que escribió un siglo más tarde, dice que estas disposiciones se observaban todavía en su época. San Perpetuo profesaba gran devoción a san Martín de Tours, en cuyo honor construyó o ensanchó la basílica que lleva su nombre. Como la iglesia que san Bricio había construido sobre la tumba de san Martín resultaba demasiado pequeña para el número de peregrinos, san Perpetuo mandó trasladar las reliquias a la nueva basílica, cuya consagración tuvo lugar hacia el año 491. La construcción había durado veintidós años.

Se dice que el dolor que causaron al santo las invasiones de los godos y la propagación del arrianismo apresuraron su muerte. Unos quince años antes, había escrito su testamento; si fuera genuino, el documento sería de gran importancia. En él perdona el santo a todos sus deudores y concede la libertad a sus esclavos; deja a su iglesia su biblioteca y varias fincas, establece una fundación para las lámparas de la iglesia y la compra de vasos sagrados, y señala a los pobres como herederos del resto de sus posesiones. El testamento empieza con estas palabras: «En el nombre de Jesucristo, Amén. Yo, Perpetuo, pecador, sacerdote de la Iglesia de Tours, no queriendo morir sin hacer testamento pura evitar que los pobres queden defraudados ...» Al fin del documento, el santo dirige estas palabras a sus herederos: «Vosotros, mis amadísimos hermanos, vosotros los pobres, los necesitados, los enfermos, las viudas y los huérfanos, vosotros que fuisteis mi alegría y mi corona, sois también mis herederos. Os dejo todo lo que tengo, excepto las cosas que he indicado más arriba. Os dejo mis campos, pastizales, viñedos, casas, jardines, aguas, molinos, oro, plata y vestidos ...» Perpetuo dejó a su hermana, Fidia Julia Perpetua, una crucecita de oro con algunas reliquias; a una iglesia, una píxide de plata para el Santísimo Sacramento. Es una pena tener que advertir que este documento, cuya autenticidad aceptaban d'Achéry, Henschenius, Alban Butler y aun el «Diccionario de Biografías Cristianas» de 1887, es una falsificación del siglo XVII, debida a la pluma del desvergonzado Jerónimo Vigner (no fue esta su única falsificación hagiográfica). Esto demuestra una vez más la necesidad de estudiar críticamente las fuentes hagiográficas de todas las épocas. También el epitafio del santo, que se creía genuino, es una falsificación.

Ver Acta Sanctorurn, abril, vol. I; y cf. Analecta Bollandiana, vol. XXXVIII (1920), pp. 121-128, y Duchesne Fastes Episcopaux, vol. II, pp. 300-301. Sobre el pretendido testamento de san Perpetuo, ver Havet, Bibliotheque de l'Ecole de Chartres, vol. XLVI (1885), pp. 207-224.