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San Poncio, mártir

Se han conservado unas Actas del Martiro de san Poncio, que han sido utilizadas ampliamente en la antigüedad. El autor, de nombre Valeriano, presenta es documento como relato de cosas vistas "propiis oculis", con sus propios ojos. Sin embargo, está tan llena de inconsistencias históricas, que los especialistas no pueden menos que considerar que pertenecen a las tantas actas legendarias que se han escrito por docenas en el Medioevo, para satisfacer la curosidad sobre las vidas de los mártires, en ausencia de noticias auténticas.

No obstante estos documentos tienen el valor de haber conservado, muchas veces sin proponérselo, los nombres y algunas circunstancias de martirios, que, una vez despojados de los rasgos legendarios, las exageraciones propias de la tradición oral, los "clichés" del género literario, etc, tienen el inmenso valor de mostrarnos ese fondo martirial que fue la savia vital de la Iglesia en los primeros siglos, y que a lo largo de la historia ha vuelto a surgir de una u otra manera, cada vez que el mundo considera ya acabada la vida de la fe cristiana.

De Poncio apenas podemos dar el nombre y la localización: Cimiez, en el sur de Francia, en la región de los Alpes Marítimos, que era en los primeros siglos de nuestra era una ciudad, y es hoy un barrio de la ciudad de Niza. Pero Poncio llegó allí ya como cristiano y evangelizador, ya que era de origen romano, y al decir de las leyendas sobre su vida, hijo de un senador del Imperio, que llegó a la fe cristiana de una manera curiosa (que encontramos también en otras vidas de santos): paseaba una mañana al alba, sin rumbo fijo, y oyó la salmodia de los cristianos que se preparaban para el bautismo. Tal novedad captó su atención, buscó el sitio de donde venían las voces, y allí conoció a san Ponciano, papa, que lo invitó a unirse a los catecúmenos, y a partir de allí realizó su iniciación cristiana. Muerto su padre, donó todos sus bienes al papa san Fabián, y marchó como evangelizador al sur de Francia, donde culmina su vida con el glorioso testimonio de la sangre.

Aunque los detalles de la historia puedan estar novelados -en particular las referencias a san Ponciano y san Fabián-, no es nada improbable que la circunstancia de la conversión recoja una tradición antigua y auténtica. La persecución en la que dió su testimonio es, posiblemente, la de Valeriano, hacia el 259. La tumba del mártir fue meta de peregrinación, y en época de Carlomagno se fundó en torno a ella una abadía que estuvo bajo su nombre. En el 936 lo que se tenía como restos auténticos del santo fueron trasladados al monasterio de Thomières, en la diócesis de Narbona, pero fueron profanados en las guerras de religión del siglo XVI.

Ver Acta Sanctorum, mayo III, pág. 272ss. Los Bolandistas dan como auténtico el fondo de las actas, aunque señalan muchos aspectos poco fiables. En Allard se desarrolla una crítica a algunos aspectos legendarios, Histoire des Persecutions, t. II pág. 510ss. Guerin hace un esquema plausible y relata la historia de las reliquias, Petit Bollandistes, V, pág. 538.