SA,MÁR

Santa Afra, mártir

Maximiano, el colega de Diocleciano, continuó furiosamente la persecución en las provincias que le tocaron en suerte cuando se dividió el Imperio. Según las «actas», Afra, que había sido prostituta, fue arrestada en Augsburgo cuando cambió de vida y se hizo cristiana. Una versión posterior afirma que había sido convertida por san Narciso, obispo de Gerona, España, acerca del cual apenas sabemos nada. El juez Gayo, que conocía bien a Afra, le dijo: «Ofrece sacrificios a los dioses; mejor es vivir que morir en los tormentos». Afra replicó: «Yo fui una gran pecadora antes de conocer a Dios. Pero no quiero añadir otros crímenes a mi vida pasada, de suerte que no haré lo que me ordenas». Gayo le dijo: «Me han dicho que eres una prostituta. Así pues, lo mejor es que ofrezcas sacrificios, ya que estás lejos del Dios de los cristianos y Él no querrá aceptarte». Afra replicó: «Mi Señor Jesucristo dijo que había venido del cielo a salvar a los pecadores. El Evangelio cuenta que una pecadora le lavó los pies con sus lágrimas y obtuvo su perdón. Cristo jamás rechazó a los miserables sino que comía con ellos». Al ver Gayo que no podía convencerla, dictó sentencia contra ella. La santa respondió: «Bien está que sufra el cuerpo que ha pecado. No perderé mi alma adorando a los falsos dioses». Los verdugos condujeron a Afra a una isla del río Lech. Después de desnudarla, la ataron a una estaca y prendieron fuego a las ramas que habían amontonado junto a ella. Las últimas palabras de Afra fueron: «Gracias te doy, Señor Jesús, por la bondad con que te dignas aceptar este holocausto que se consuma en tu nombre. Tú te ofreciste en la cruz por los pecados del mundo. Yo me ofrezco como víctima tuya, que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.» Con estas palabras exhaló el último suspiro, sofocada por el humo.

Tres servidoras de la mártir, Digna, Eunomia y Euprepa, quienes habían seguido a su ama en su vida de pecado, pero que se convirtieron y bautizaron junto con ella, presenciaron el martirio. Acompañadas por Hilaria, la madre de Afra, recogieron el cadáver por la noche y le dieron sepultura. Cuando se hallaban aún junto a la tumba, Gayo se enteró de sus andanzas. Inmediatamente despachó a un pelotón de soldados, con órdenes de obligarlas a sacrificar a los dioses; si se negaban a ello, debían ser quemadas ahí mismo. Los soldados emplearon halagos y amenazas, pero al comprobar que resultaban inútiles, acumularon ramas en el interior de la bóveda, cerraron la entrada, y quemaron vivas a las cuatro mujeres.

Está fuera de duda que existió en Augsburgo una mártir llamada Afra, a quien se veneraba desde muy antiguo; lo que se discute mucho es el valor histórico de las actas que hemos citado. Unos historiadores se lo niegan todo otros afirman que la narración del juicio y el martirio es una versión comentada de un original antiguo. En cuanto a la cuestión de la vida pecadora de Afra, de su conversión y de la ejecución de su madre y sus sirvientas, se trata, según esos historiadores, de una invención que data de la época carolingia. Venancio Fortunato menciona a Santa Afra. En Augsburgo y otros sitios de Alemania se la venera todavía.

B. Krusch publicó en Monumenta Germaniae Historiae., Scriptores Merov., vol. III, pp. 56-64 y vol. VII, pp. 192-204, los dos textos latinos más importantes. Según Duchesne, el texto original de las actas es un documento merovingio; según Krusch, se trata simplemente de un comentario del texto del Hieronymianum: In provincia Retía civitate Augusta Afrae veneriae. A. Bigelmair, A. Poncelet y O. Riedner se inclinan por la opinión de Krusch; sin embargo, en CMH., p. 423, se expone la opinión contraria; ahí mismo se encontrarán referencias bibliográficas más amplias.
Imagen: tabla anónima del siglo XVI que tiene como tema a san Narciso y santa Afra, en la iglesia de San Feliú, Girona.