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Santa Clotilde, reina

Clotilde, una burgundia cristiana, había contraído matrimonio, alrededor del año 492, con Clovis (Clodoveo), rey de los francos salianos. El monarca era un pagano, pero Clotilde llegó a ejercer una gran influencia sobre su esposo y no escatimó esfuerzos para ganarlo a la religión de Cristo. «Ya habrás oído hablar de cómo tu abuela, la reina Clotilde de feliz memoria -escribía san Niceto de Tréveris a la princesa Clodovinda de Francia- atrajo a la fe a su real esposo y de cómo él, un hombre de clara inteligencia, no quiso ceder hasta que estuvo convencido de la verdad». En efecto, Clovis permitió que fuera bautizado su hijo primogénito, un niño que murió a los pocos meses, y toleró que su segundo vastago, Clodomiro, recibiera las aguas bautismales; pero él, personalmente, todavía vacilaba en declararse cristiano. Al fin tomó la decisión, cuando libraba una furiosa batalla. Se hallaba en una situación desesperada: las huestes de los alemanes avanzaban inconteniblemente y sus propias tropas retrocedían; en ese momento, el rey Clovis apeló «al Dios de Clotilde» para que le ayudase y le prometió hacerse cristiano si le daba la victoria. Aquel mismo día, venció a los alemanes y, en la mañana de la Navidad del año 496, fue bautizado por san Remigio en la catedral de Reims. Poco es lo que agrega la historia sobre la vida matrimonial que Santa Clotilde llevó de ahí en adelante; los reyes fundaron juntos en París la iglesia de los Apóstoles Pedro y Pablo, que después llevó el nombre de Santa Genoveva. Ahí sepultó Clotilde al rey Clovis, quien murió en 511.

Desde entonces, la existencia de Clotilde estuvo amargada por las disputas de familia y las peleas entre hermanos, con la participación de sus tres hijos, Clodomiro, Childeberto y Clotario, así como por el infortunio de su hija, también llamada Clotilde, maltratada y vejada por su marido, el visigodo Amalarico. Clodomiro, el hijo mayor, atacó a su primo, san Segismundo y, tras de vencerlo en un encuentro, lo mató villanamente, junto con su mujer y sus hijos; pero no tardó en recibir su castigo, puesto que el hermano de san Segismundo lo atacó a su vez y, en la primera oportunidad, lo asesinó. Una vez muerto Clodomiro, la reina Clotilde recogió a sus tres pequeños nietos, con el propósito de educarlos para que llegaran a ocupar el trono algún día. Sin embargo, ni Childeberto, ni Cloderico estaban dispuestos a renunciar a la herencia de su padre y, por medio de la astucia, convencieron a su madre, la reina, para que dejara a los tres niños con ellos. Tan pronto como tuvieron en su poder a los príncipes, Clotario en persona mató a sus dos sobrinos de mayor edad. A Clodoaldo, el más pequeño, se le perdonó la vida y, con el tiempo, fue a terminarla convertido en monje, en el monasterio de Nogent, cerca de París, el que tomó el nombro de Saint-Cloud en honor del infortunado príncipe.

Amargada y entristecida por todas aquellas tragedias familiares, santa Clotilde abandonó París y se refugió en Tours para todo el resto de su vida, dedicada a socorrer a los pobres y consolar a los afligidos. Ahí se enteró de que sus dos hijos habían reñido, se hallaban en guerra y a punto de enfrentarse en el campo de batalla. Llena de angustia por las funestas nuevas, la reina Clotilde corrió a la iglesia de San Martín y se entregó durante toda la noche a la oración, para rogar a Dios que le concediera la gracia de terminar con aquel conflicto entre los dos hermanos y, según nos dejó dicho san Gregorio de Tours, la respuesta del cielo no se hizo esperar: al alba, mientras la reina rezaba aún y los dos ejércitos se hallaban frente a frente, en espera de la orden de ataque, se desató de pronto una tempestad tan violenta y prolongada, que fue necesario abandonar las operaciones militares. Pero ya para entonces, estaban a punto de terminar las pruebas para Clotilde. La reina murió a los treinta días de aquel suceso venturoso, luego de haber permanecido viuda durante treinta y cuatro años. Sus dos hijos, que tantas pesadumbres le habían causado, quedaron reconciliados y, juntos, llevaron a enterrar a su madre en el mismo sepulcro del rey Clovis, cerca de su otro hijo y de sus nietos.

Recientes investigaciones históricas han relegado al reino de la fantasía muchos pintorescos incidentes relacionados con Santa Clotilde que los cronistas de varias generaciones tenían por ciertos, después de haberlos tomado de las páginas de San Gregorio de Tours y de otras fuentes similares. Gracias a dichas aclaraciones, la santa reina quedó reivindicada de algunos cargos de ferocidad y perversos deseos de venganza que se formularon contra ella, y que no se hubiesen conformado con el carácter virtuoso de la dama. La única biografía antigua de Santa Clotilde no tiene mucho valor como documento histórico, puesto que no fue recopilada antes del siglo diez. La historia de Santa Clotilde tuvo que ser formada con trozos dispersos entre las páginas de autores dignos de confianza, como San Gregorio de Tours, Fredegario y algunas biografías de santos.