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Santa Florentina, virgen

Virgen, nació a mediados del siglo VI y murió alrededor del 612. La familia de santa Florentina nos proporciona un raro ejemplo de vida verdaderamente religiosa, y activamente comprometida en la promoción de los intereses de la cristiandad. Hermana de tres obispos españoles en la época de la dominación visigoda (san Leandro, san Isidoro y san Fulgencio), consagró su virginidad a Dios. Era más joven que su hermano Leandro, pero mayores que Isidoro, quien sucedió a Leandro como arzobispo de Sevilla. Antes de su elevación a la dignidad episcopal, Leandro había sido monje, y fue a través de su influencia que Florentina abrazó la vida ascética. Ella se asocia con un grupo de vírgenes, que también deseaban abandonar el mundo, y forma una comunidad religiosa. Fuentes tardías aseguran que su residencia fue el convento de Santa María del Valle, cerca de Écija (Astigis), ciudad de la que su hermano Fulgencio era obispo.

En cualquier caso, lo cierto es que ella se había consagrado a Dios antes del año 600, ya que su hermano Leandro -que murió en el 600 o 601- escribió para huiarla un trabajo que se conserva y que trata de la vida de la mujer consagrada y del abandono del mundo («Libellus Reglamento SIVE de virginum institutione et de contemptu mundi ad sororem Florentinam», PL LXXII, 873 ss.). En ella el autor establece las normas según las cuales las vírgenes consagradas a Dios en clausura deben regular sus vidas. Se aconseja encarecidamente evitar trato con mujeres que viven en el mundo, y con los hombres, especialmente con los jóvenes; recomienda la estricta templanza en el comer y beber, da consejos acerca de la lectura y meditación de la Sagrada Escritura, prescribe la igualdad de amor y amistad para todos los que viven en comunidad, y exhorta encarecidamente a su hermana a permanecer fiel a su santo estado. Florentina, regulada su vida de acuerdo a los consejos de su hermano, entró con fervor en el espíritu de la vida religiosa, y fue honrado como santa después de su muerte. Su hermano menor Isidoro también le dedica una obra: «De fide catholica contra Judaeos», que escribió a petición de ella.

Traducido para ETF, con escasos cambios, del artículo de J.P. Kirsch (1909).