SIÉSDM,V

Santa Inés de Montepulciano, virgen

Inés Segni nació el 28 de enero de 1268 en Gracciano, pequeño pueblo en el término de Montepulciano. Inés sintió desde pequeña la fascinación de las cosas espirituales, y durante una visita con sus familiares a Montepulciano vio a las hermanas «del saco», llamadas así por el rústico saco que vestían. Con nueve años pidió ser admitida en el convento, donde fue rapidamente acogida. En Montepulciano permaneció sólo el tiempo necesario para la formación religiosa básica. En 1283, lo administradores del castillo de Proceno, feudo orvietano (hoy en la provincia de Viterbo), se llegaron a Montepulciano para pedir el envío de algunas hermanas a su territorio, e Inés estuvo entre las seleccionadas. Inés, aunque aun muy joven, fue nombrada superiora del monasterio, por sus grandes dotes de humildad y el gran amor por la oración, por el espíritu de sacrificio (durante quince años vivió a pan y agua), y por el ardiente amor a Jesús Eucaristía. En Proceno Inés recibió del Señor el don de hacer milagros: los poseídos quedaban libres con sólo aproximársele, multiplicó en varias ocasiones el pan, y graves enfermos recobraron la salud. Pero en los veintidós años que permaneció en Proceno no faltaron las tribulaciones: graves ssufrimientos físicos la atormentaron por largos períodos.

En la primavera de 1306 fue llamada a Montepulciano, donde hizo iniciar la construcción de una iglesia, tal como le había pedido la Virgen en una visión unos años antes, y para lo cual le había entregado tres piedras. Y en otra visión, esta vez de santo Domingo, se le pidió que hiciera adoptar a las hermanas la regla de san Agustín, y que agregara la comunidad a la Orden Dominicana para la asistencia religiosa y la cura espiritual. Fueron numerosas las ocasiones en que Inés intervinó en la ciudad como mediadora y agente de resolución de los conflictos entre las familias nobles del lugar. En 1316 Inés, por consejo del médico y las presiones de las cohermanas se retiró a Chianciano para curarse en las termas. Su presencia fue de ayuda para los numerosos enfermos de la localidad, e Inés obró allí muchos milagros, pero la cura termal no trajo ningún alivio a su enfermedad, que empeoró.

Vuelta a Montepulciano, fue confinada al lecho. Ya al borde de la muerte, Inés invitaba a las hermanas a que se alegraran porque era para ella el momento del encuentro con Dios, que ocurrió el 20 de abril de 1317. Los hermanos y hermanas dominicanos quisieron embalsamar el cuerpo de Inés, y por este motivo enviaron emisarios a Génova para adquirir el bálsamo; pero no fue necesario: de las manos y los pies de la santa destiló enseguida un líquido perfumado que impregnó los paños que cubrían el cuerpo, e incluso fue posible llenar alguna ampolla. El eco del milagro atrajo a muchos enfermos que deseaban ser untados con el bálsamo milagroso. Como escribió el beato Raimundo de Capua: a cincuenta años de su muerte, el cuerpo estaba aun intacto, como si Inés hubiera recién muerto, y muchos eran los milagros de curación que ocurrían en la iglesia -que era conocida como «Iglesia de santa Inés»-, y la curación ocurría apenas hecho voto de visitarla. De estos milagros hay públicos registros hechos por notarios a partir de pocos meses de la muerte de la santa.

Traducido para ETF de un artículo de Mauricio Misinato. El beato Raimundo de Capua, que fue confesor en el convento de la santa algunos aaños después de la muerte de ésta, escribió una biografía; se cuenta además con los documentos del proceso de canonización.