SEM»AÓS

Santiago «el mayor», apóstol

Con Santiago «el mayor» no tenemos los problema de identidad que nos plantea el otro Santiago apóstol; aunque no abundan en el Nuevo Testamento datos sobre él (como sobre ninguno de sus personajes), hay, sin embargo, los suficientes como para hacernos una composición de su vida y su relación con Jesús.

Si comparamos las listas de Los Doce tal como aparecen en el NT (Mt, Mc, Lc, Hech), veremos que dividen al conjunto en tres grupos de cuatro apóstoles: dentro de cada conjunto la posición que ocupa cada apóstol varía, pero no así el subgrupo al que pertenece. Santiago «el mayor» pertenece al primer grupo, y ocupa el segundo (Mc) o tercer (Mt, Lc, Hech) puesto. Ese orden parece estar dado por su importancia, ya que forma el grupo de los tres apóstoles -junto con Pedro y Juan- que fueron testigos directos de la transfiguración y de Getsemaní. Fue también el primer apóstol en dar testimonio (martyrion, en griego) cruento de Jesús, y murió muy tempranamente, cuando la Iglesia recién se iniciaba, como veremos luego.

Su nombre era muy común entre los judíos, se llamaba Iaacov, es decir, Jacob, de donde sale más tarde, por fusión del título «sant'» con el nombre «Iacob» la forma castellana Santiago, que en otras lenguas es Iakobus, James, Jaques, etc, de donde en castellano da también Jaime y Jacobo, que no son sino variantes del mismo nombre. Nos indican Mateo, Marcos y Lucas que era hermano de Juan (al que algunas tradiciones del siglo II identifican con el autor del Cuarto Evangelio o del Apocalipsis, o de ambos), y a su vez los dos eran hijos de Zebedeo, pescadores galileos. San Lucas afirma además -pero es un dato exclusivo de él- que trabajaban con Simón y Andrés (Lc 5,10), es decir, que se conocían con los otros dos miembros del grupo de antes de ser llamados por Jesús. Mateo y Marcos no dicen nada al respecto (ni lo afirman ni lo niegan), sino que presentan así la cuestión: «Bordeando el mar de Galilea, vio a Simón y Andrés, el hermano de Simón, largando las redes en el mar, pues eran pescadores. Jesús les dijo: "Venid conmigo, y os haré llegar a ser pescadores de hombres." Al instante, dejando las redes, le siguieron. Caminando un poco más adelante, vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan; estaban también en la barca arreglando las redes; y al instante los llamó. Y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron tras él.» (Mc 1,16-20, y casi idéntico en Mateo)

Parecen ser pescadores de una cierta posición, ya que, con su padre, son dueños de su barco y faena, y no jornaleros. No hay por qué imaginar -como se ha hecho en cierta apologética- que eran «unos pobres pescadores ignorantes»; «en todo caso, -agregamos con Meier- ni la tradición marcana ni la lucana presentan a los hijos de Zebedeo como desesperadamente pobres. Conviene recordar que esa actividad pesquera en el mar de Galilea era intensa; también próspera, al menos para los que la dirigían como propietarios. La idea romántica de que Jesús llamaba al discipulado sólo a los pobres no se confirma en el caso de los hijos de Zebedeo; tampoco en el de Pedro, con su casa y su familia en Cafarnaún, ni en el de Leví, recaudador de impuestos en esa misma localidad.» (Un judío marginal, III, p. 232). Pescar era su oficio, pero no por ello dejarían de estar al tanto de las cuestiones, especialmente religiosas, que agitaban a los judíos de la época, tanto a los de Judá como a los, un poco despreciados por el establishment pero no menos inquietos, de Galilea.

Según Marcos 3,17, Santiago, junto con su hermano Juan, son llamados por Jesús «Boanerges», lo que Marcos explica indicando que significa «Hijos del trueno». La etimología no es griega: la relación entre «boanerges» y «'uioi brontés» (hijos del trueno) es inexistente; pero tampoco es sencillo trazar la posible etimología aramea, y hay más o menos un par de hipótesis por especialista... Tan difícil como explicar qué quería decir para Jesús ese título (y si realmente usó esa palabra o algo parecido que pasó de boca a oreja deformándose de manera irreconocible), es tratar de entender a qué «trueno» se refiere. La verdad es que no hay ninguna clase de acuerdo en esto. La explicación tradicional, psicológica, que relaciona el trueno con el carácter fogoso de los hermanos está lejos de conformar, pero aun sigue siendo válida si la relacionamos con pasajes como Mc 9,38, en el que Juan le avisa a Jesús que vio a uno intentando echar demonios en nombre de Jesús y trató de impedírselo, o Lc 9,54 en el que los dos hermanos le preguntan a Jesús si le parece que hagan descender fuiego del cielo para castigar a un pueblo que no quiso recibirle. Hay que reconocer que Jesús actuaba realmente como un «nuevo Elías», así que la propuesta de los hermanos, aunque Jesús la rechaza, no es nada descabellada, ni habrá sonado tan «atronadora» como nos parece a nosotros.

 

Formó, con su hermano Juan y con Pedro, una terna que tuvo una relación especial con Jesús en señalados momentos:
-son testigos de la resurrección de la hija de Jairo: « Y no permitió que nadie le acompañara, a no ser Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago.» (Mc 5,37).
-Son testigos privilegiadísimos de la transfiguración: «... toma Jesús consigo a Pedro, Santiago y Juan, y los lleva, a ellos solos, aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos...» (Mc 9; también en Mt 17 y Lc 9, pero sólo Marcos destaca «a ellos solos»).
-En Marcos y Mateo, son testigos especiales de la agonía en Getsemaní, aunque también estaban los demás (Mc 14,33; Mt 26,37). También son ellos tres los mismos a los que Jesús cambió el nombre, lo que en la tradición profética podía significar una especial misión que debían cumplir (aunque ya hemos visto que la cuestión del nombre de los dos hermanos no aparece clara para nosotros hoy, no así la del cambio de nombre de Cefas). Esta terna «Pedro, Santiago, Juan» no debe confundirse con la terna de los mismos nombres que es llamada la de las «columnas de Jerusalén» en Ga 2,9, en relación al llamado «Concilio de Jerusalén» (Hechos 15), ya que el Santiago que allí menciona es el pariente del Señor y no ninguno de los dos apóstoles del mismo nombre, en especial no Santiago «el mayor», que ya había muerto.

Es el único de los Doce de los que tenemos una afirmación en el Nuevo Testamento que indica explícitamente que murió mártir: Hechos 12,1-2. Por supuesto, también otros murieron mártires, pero lo sabemos por tradición posterior, no por el NT, que no menciona como mártir -dentro de los Doce- más que a este Santiago. El hecho ocurrió muy tempranamente, hacia el 44, y quizás se vio en ello el cumplimiento de una profecía de Jesús que declaraba que Juan y Santiago beberían «el mismo cáliz» que bebió Jesús (Mc 10,29), aunque lamentablemente Hechos no nos cuenta nada de si se cumplió esa profecía en Juan, y las tradiciones posteriores en torno a él aportan más confusión que claridad.

Mención aparte merece la cuestión de «Santiago y España», cuestión espinosa porque, más que regirse por criterios históricos, parece que hay que usar para evaluarla criterios nacionales. Lo cierto e indubitable es que no hay ni una sola tradición anterior al siglo VII que relacione a Santiago con España; parece bastante imposible que alguien que murió en Jerusalén cuando apenas había pasado poco más que una década de la Pascua de Jesús, haya tenido tiempo de evangelizar España, e incluso Romanos 15 (21-24) habla explícitamente de España como tierras donde aun no se ha anunciado a Cristo... y es una carta escrita en torno al año 60. Pero en definitiva, sería inaceptable para cualquier cuestión histórica aceptar como histórico un hecho para el que la mención más cercana está separada seis siglos de ese hecho; como ya lo señalara en el propio siglo VII san Julián de Toledo, la evangelización de España por Santiago no pasa de ser una fábula.

Cuestión distinta es si las reliquias del santo llegaron o no a España; ésa es una cuestión independiente a la anterior, difícil de probar, pero no imposible de aceptar. Según una tradición cuya primera mención es el 830, las reliquias del santo fueron trasladadas primero a Iria Flavia (actualmente Padrón, en Galicia), y más tarde a Compostela, en torno a las cuales surgió el santuario que -junto con san Pedro y los Santos Lugares- iluminó la vida religiosa europea en el Medievo, y aun irradia. No obstante, entre el traslado de la ubicación original a Compostela, las reliquias estuvieron un tiempo perdidas, por lo que es difícil asegurarse de la identidad material entre unas y otras. La cuestión parece que debe quedar abierta, y hay tantas opiniones -españolas- que afirman a rajatabla esa identidad, como opiniones -generalmente no españolas- que la niegan. Hay una bula de SS León XIII, del 1 de noviembre de 1884 (puede leerse en Actae Sanctae Sedis 17, pp 262-270) en la que el pontífice le asegura al Obispo de Compostela la identidad de las reliquias que hay allí con Santiago Apóstol «y sus discípulos Atanasio y Teodoro». Debería estar demás decir -aunque no lo está frente a tanto fundamentalismo magisteriológico, tan pernicioso como el escriturístico, que hay dando vueltas- que la cuestión de la identidad de unas reliquias con una persona es una cuestión estrictamente histórica y documental, no objeto de la clase de cuestiones que puede establecer el Papa con su poder magisterial, así que el contenido de la Bula no pasa de ser una opinión atendible emitida en un momento determinado del saber histórico sobre el tema.

Santiago resultó ser un eficaz símbolo y vínculo de unión de los diversos grupos hispánicos en su lucha contra los musulmanes, sobre todo en relación a la -considerada generalmente como una ficción histórica- «batalla del Clavijo», en la que Santiago el mayor, en su advocación de Santiago «Matamoros», combatió junto a las fuerzas cristianas de Ramiro I de Asturias. Esta advocación y el santuario de Compostela como polo de atracción fueron fuerzas espirituales poderosísimas que ayudaron decisivamente a la formación de España. La imagen de Santiago Matamoros es característica en muchas iglesias españolas, aunque su índole particularista y vindicativa es bastante cuestionable en relación al mensaje del evangelio, incluso habiendo servido en un momento concreto de la historia de un pueblo.

Sobre los Doce, un panorama esquemático pero bien expuesto se encuentra en Comentario Bíblico San Jerónimo, tomo V, pp 752 y ss. Más completo y actualizado, Meier, «Un judío marginal», tomo III, especialmente la sección dedicada a Santiago y Juan, Tomo III, pág 230-238, pero en el mismo tomo se desarrollan en general las cuestiones relativas a Los Doce como conjunto. Sobre la relación de Santiago con España he seguido de cerca la exposición del Butler-Guinea, Tomo III, día 25 de julio, donde hay bibliografía específica sobre las reliquias, si bien no muy actualizada, pero sí muy fundamental.
Imágenes:
-El Greco, Santiago el Mayor, 1610-1614, Museo del Greco, Toledo.
-Relicario del Apóstol, en Santiago de Compostela.
-Anónimo, Batalla del Clavijo, con Santiago Matamoros, 1630, en el Museo de Artesanías de Colonia, Alemania.