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Santos Fileas y Filoromo, mártires

Fileas pertenecía a una de las familias más nobles y más antiguas del bajo Egipto. Era originario de Thmuis, ocupó altos cargos, desempeñó funciones públicas, y poseía amplios conocimientos filosóficos. Probablemente se convirtió al cristianismo en la edad madura, conducido a la fe por el estudio de la filosofía. Sus amigos, su mujer y aun sus hijos permanecieron paganos. Fue elegido obispo de su ciudad natal por sus méritos, su alta posición y por sus virtudes.

En esta misma época, Filoromo ocupaba un alto puesto en la administración imperial de Alejandría. Por razón de su dignidad y de su rango en la jerarquía romana, diariamente impartía la justicia, rodeado por una guardia de soldados. También él se convirtió al cristianismo y desde entonces, ejercía su cargo después de haber cumplido con sus prácticas religiosas.

Tanto Fileas como Filoromo fueron hechos prisioneros al mismo tiempo y, sin duda estuvieron en la mazmorra los últimos meses del año 306, hasta febrero del siguiente año, cuando se instruyó su proceso. En este lapso, Fileas dirigió una carta a los fieles de Thmuis pintándoles el cuadro de los sufrimientos de los cristianos. El historiador Eusebio, que narra estos hechos, concluye diciendo: «Tales son las palabras que el mártir, verdadero filósofo y amigo de Dios dirige a los hermanos de su Iglesia, antes de la suprema sentencia. Al mismo tiempo que ofrecía sus sufrimientos a Dios, exhortaba a sus ovejas a permanecer inviolablemente unidas en la religión de Cristo, aun después de su muerte, que era inminente».

En efecto, se acercaba la hora del sacrificio. Culciano había sido nombrado prefecto de Egipto y quiso continuar la obra de su predecesor. Apenas instalado, hizo comparecer ante su tribunal a Fileas, obispo de Thmuis y al financiero Filoromo. Los registros han conservado el largo interrogatorio a que fue sometido Fileas. Se debe mencionar como cosa rara que en aquel proceso los abogados defensores intervinieron en favor del acusado. Sin duda que su alta posición, sus grandes bienes, su rango en la provincia, sus lazos de familia, explicarían suficientemente este inusitado socorro, por parte de una corporación de ordinario hostil o, al menos, indiferente, a la suerte de los cristianos. Pero había además en este caso otra razón: uno de los hermanos de Fileas pertenecía al cuerpo de magistrados de Alejandría. Culciano, por su parte, veía en Fileas a un adversario a quien era más glorioso vencer que matar, por lo que trató de desconcertarle, pasando bruscamente de una cuestión a otra, y multiplicando las preguntas. En determinado momento, pronunció una frase en la que aparecía todo el desprecio del sabio filósofo por los pequeños y por los indigentes:
-Si supiera, le dijo Culciano, que tú eras pobre, que te empujaba la miseria a esta locura de negarte a sacrificar, no te perdonaría, pero deseo perdonarte, porque tienes tantos bienes, que podrías alimentar a una provincia. Te aconsejo que ofrezcas sacrificios.
-No lo haré dijo, Fileas, y de esta manera obtendré mi salvación.
Entonces los abogados ensayaron un subterfugio: «Ya Fileas ha ofrecido sacrificios, afirmaron, y por lo tanto, ha cumplido con el edicto».
-Jamás, protestó gritando Fileas ¡jamás he sacrificado! -Culciano le concedió unos momentos para reflexionar- Ya lo he hecho desde hace tiempo, repuso Fileas, y he escogido padecer con Cristo.
Entonces se vio un espectáculo emocionante: abogados, empleados del gobernador, procuradores de la ciudad de Thmuis y los parientes de Fileas le rodearon, conjurándole a que tuviera piedad de sí mismo, consideración de su esposa y de sus hijos. El permanecía inmóvil y parecía insensible a todos los asaltos. Filoromo, que presenciaba la escena, creyó llegado el momento de intervenir:
-¿Por qué, preguntó a todas aquellas gentes, tentáis inútilmente el valor de este hombre? ¿Por qué queréis hacerle infiel a su Dios? ¿No comprendéis que sus ojos no ven vuestras lágrimas, ni sus oídos escuchan vuestras quejas y que está por completo absorto en la contemplación de la gloria divina que le espera?
Entonces la cólera de los asistentes se volcó sobre Filoromo; todos apelaron al juez para que dictara sentencia contra él, al mismo tiempo que contra Fileas. Culciano, cuya paciencia había llegado al límite condenó a los dos cristianos a morir decapitados. Cuando los reos eran conducidos al lugar de la ejecución, el hermano de Fileas le detuvo para anunciarle una buena nueva:
-¡Aún puedes salvarte!, le propuso. Apela la clemencia del juez. Culciano te aprecia; está inquieto por tu suerte y, si tú se lo pides, te perdonará.
-¡Calla, desventurado!, replicó Fileas. Yo no quiero pedirle nada al juez; sólo deseo darle las gracias a él y a los emperadores que me harán coheredero de Cristo y que hoy mismo me abrirán las puertas para que yo entre a su Reino.

Después de decir esto, se apresuró a reunirse con Filoromo para proseguir la marcha hacia el cadalso. Desde el lugar del suplicio dirigió una emocionante exhortación a los cristianos, antes de entregar su cuello a la espada. Según las Actas Griegas los dos santos fueron decapitados el 18 de mayo; sin embargo, todos los martirologios nombran a los Mártires Filoromo y Fileas el 4 de febrero.

Ruinart, Acta Mrtyr., sel., p. 547. - Tillemont, Mémoires pour servir..., vol. V. - P. Allard, Hist. des perséc, vol. V, p. 53 y 103. - Eusebio, Historia Eclesiástica, (trad. Grapin), vol. VIII c. IX.
Nota de ETF: Butler indica que Filoromo es financiero (público), mientras que el martirologio actual lo señala como tribuno militar; posiblemente haya algo de vacilación en las tradiciones referentes a él, evidentemente menos conocido que Fileas, copartícipe del martirio, pero indudable protagonista de la narración de Eusebio.